Perú: Sin el sombrero mágico

Juan Manuel Robles

Cómo alucinaron con el sombrero. Qué bestia. Progresistas de fino olfato que arrugaron la nariz y también derechistas de la prensa lumpen, con periodicazo y chaveta. Qué fijación. Qué objeto mágico, el sombrero, dispuesto dócilmente para las elucubraciones, para las caricaturas escritas, para la rápida interpretación del Perú. Ahora que acabamos de tener la primera juramentación de un gabinete sin que el presidente Castillo lleve nada en la cabeza, me he reído al recordar todas las alusiones que se han hecho al sombrero chotano. Me he reído porque ya los puedo ver, comentando ahorita mismo el significado de la ausencia súbita, su simbolismo, su mensaje cifrado.

Lo del sombrero, la fijación, empezó muy temprano en la campaña, cuando todavía existía buena onda con Castillo —cuando la mala onda estaba concentrada en Verónika Mendoza—. Se mencionó como algo folclórico. “Mira qué bonito, te habrás dado cuenta de que el sombrero chotano tiene una particularidad, las alas son ondeantes hacia adentro para que, cuando llueve, el agua que se acumula pueda sacarse hacia adelante”, le dijo Pedro Tenorio a Mónica Delta, haciendo con las manos la mímica de un sombrero imaginario mientras ambos comentaban un reportaje del enviado especial a Chota, y reían buenamente.

Pronto el tono cambió. El diario “Ojo” denunció que el sombrero del postulante estaba valorizado en 2,500 soles, lo cual, por supuesto, era una forma de desenmascarar al candidato de los pobres, un falso campesino, un maestro impostor, un farsante que ya amenazaba con traer el comunismo al Perú. Cuando Castillo ganó y daba su discurso inaugural, aparecieron los analistas. ¿Qué hace con el sombrero en interiores?, se preguntaban incisivos. Alguien dijo que el presidente se había visto obligado a quitarse el sombrero durante la entonación del himno, en el Congreso, porque si no lo hacía “podían acusarlo de un delito penal”.

La derecha terruquera hizo una esforzadísima sinapsis y le puso al sombrero un adjetivo juguetón: Sombrero luminoso. Ja, ja, ja. Castillo, desde entonces, en todos esos mensajes y comunicados encendidos, se convirtió en el Sombrero luminoso.

Chibolín se puso el sombrero. Patricia Chirinos se consiguió uno y se lo puso, solo para quitárselo ceremonialmente y con desprecio, en un video que tuvo como propósito promocionar la vacancia.

El sombrero llegó a la ONU, al mismo podio donde estuvo la boina del Che. “Sombrero vaquero”, lo refirieron los espantados y algo confundidos periodistas de “El Confidencial” de España.

Rosa María Cifuentes, que asegura detectar cuando alguien miente solo mirando su rostro —y jura leer el futuro—, lanzó en televisión la hipótesis de que dentro del sombrero Castillo ocultaba un micrófono.

Y entonces llegó lo más delicioso: las interpretaciones psicológicas acerca del hombre con sombrero. Literatura de baja estofa pero amena: literatura Cheese tris.

Jaime Bayly dijo muy afectado: “Castillo se clava el sombrero. Él sin sombrero es un hombre débil o inseguro, y encuentra en el sombrero una sombra y protección”.

Su tocayo Jaime Bedoya, cronista criollo de la vieja guardia, escribió un texto usando el recurso decimonónico de evadir la repetición optando por el eufemismo ilustrado: “adorno craneal”, “artefacto político”, “prenda de paja”, lo llamó. Dijo que era “grande, amplio y fálico” (si considera fálico el sombrero, qué pensará del huaco de Moche). El autor terminaba su columna escenificando a Castillo solo, en la cama, despojado del sombrero.

Otro escritor expresó también ese deseo simbólico de despojar a Castillo de su escudo protector: “Quítese el sombrero y póngase los pantalones”. Un poquito patriarcal para mi gusto.

Pero nadie mejor para el psicoanálisis que un psicoanalista. Jorge Bruce, conocido especialista en temas de racismo, ensayó una interpretación. La segunda vuelta la ganó Castillo, pero el rumbo que tomaría el presidente fue decidido como una ruleta de casino. La bolita no cayó en el casillero negro y ni en el rojo: salió disparada y terminó —ensaya Bruce— dentro del sombrero. El presidente tendría el “síndrome del impostor”, “en su fuero interno sabía que no estaría a la altura del desafío” pero Cerrón lo obligó a ser presidente. Es un análisis tremendo el de Bruce. Me saco el sombrero.

Alfredo Bullard, columnista neoliberal, mostró de manera elegante sus fantasmas narrativos. Escribió que a Castillo el sombrero le sirve para ocultar la cabeza y la cara. El sombrero “es un disfraz, debajo del cual no hay ideas ni liderazgo, solo gente y cachivaches”. Bullard imagina al final de su texto una fábula en la cual “un hombre” se sienta en su sillón, sin sacarse nunca el sombrero, y así se queda, sentado en reposo, y al cabo del tiempo allí solo estaba el sombrero. Al levantarlo, no había nada.

Ítalo Calvino decía que los objetos mágicos —un sombrero vistoso lo es— servían como pocas cosas para darle dirección y rapidez a un relato. Si yo escribo que a Castillo el sombrero se le cayó por la ventana de Palacio… bueno, ya tienen una escena vívida.

La última parada en el itinerario sombreril ha sido el infame jueguito con Jair Bolsonaro. El presidente brasileño se lo pidió y Castillo, juguetón, accedió. La historiadora Carmen McEvoy se ha preguntado si el sombrero no es “una corona simbólica para una ‘monarquía imaginaria’ en la que las grandes decisiones ocurren, como en las sociedades del Antiguo Régimen, en las sombras”. También hay quienes dicen que, al haber dejado alegremente que semejante patán de la derecha continental se lo ponga, el sombrero ha sufrido una “desacralización”.

No dejan de divertirme todas esas elucubraciones. Me pregunto qué pasará ahora que el sombrero ha desaparecido (al menos temporalmente). ¿Hablarán del niño que abandonó el chupón? El presunto coach que fue a Palacio, ¿fue él quien le hizo dar ese paso? ¿Es un hada madrina? ¿Es el sombrero como la piel de Hans erizo? Lo claro es que nada se chupa la atención de los opinólogos y columnistas como un token. Yo que Aníbal Torres me consigo un bastón de caoba. “El bastón de la justicia”, lo bautizo en Twitter, con foto. Y lo llevo a todas partes. La prensa —la literatura— hará lo suyo.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°573, del 11/02/2022  p15

https://www.hildebrandtensustrece.com/suscripcion/tarifa

https://www.facebook.com/semanariohildebrandtensustrece

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*