La doble moral ante Rusia

Isaac Bigio

Rusia ha sido sometida a las peores sanciones que se hayan dado desde la II Guerra Mundial. Estas van desde las de corte financiero hasta las mediáticas y deportivas.

Se supone que las democracias occidentales se basan en la libertad de empresa y de información, así como en la sacrosanta propiedad privada. No obstante, todo banco, corporación o millonario de origen ruso tiene ahora sus bienes confiscados o intervenidos y todo ello sin derecho a la defensa. Rusia ha sido vetada de participar en el sistema Swift de intercambio inmediato de transacciones monetarias internacionales y sus billonarias cuentas en el exterior (tanto de su Estado como de varios de sus ciudadanos) han sido congeladas.

La Unión Europea (UE) ha decidido proscribir a los canales de TV rusos de sus sistemas de cables, Youtube y otras redes sociales. El miércoles 2 de marzo, mientras estaba escribiendo esta nota, a las 5?p.m. se cortó la transmisión del canal de RT que estaba viendo en Inglaterra. Esta noticia no aparece en los medios europeos donde solamente se habla de la censura dentro de Rusia.

En medio de una guerra, que puede llegar a ser la primera de corte nuclear en la historia, los europeos están condenados a solo recibir informes parcializados de una prensa que constantemente les reporta un único lado de la moneda. Facebook ha bloqueado a Russian Today pero ha abierto sus páginas al Batallón Azov y a otros grupos paramilitares abiertamente hitleristas que torturan, queman vivos, asesinan y decapitan civiles rusos reivindicando a los héroes y a los símbolos del nazismo ucraniano que junto a las SS masacraron a millones de sus compatriotas y a soviéticos, rusos, polacos y judíos.

Rusia ha sido expulsada de toda competencia deportiva, incluida las del mundial de fútbol, pese a que fue el anfitrión de la pasada copa. A los atletas rusos y bielorrusos de los juegos paraolímpicos de invierno que comienzan este fin de semana en Beijing se les ha permitido participar como individuos, pero sin poder usar sus camisetas o banderas nacionales y sin que se entonen sus himnos patrios. A Roman Abramovich, el millonario ruso que, al comprar al Chelsea FC, lo trasformó en uno de los mejores equipos de Europa, le han obligado en los hechos a rematarlo.

La sede de la copa FIFA 2022 es Qatar. Este diminuto país, gracias a sus grandes riquezas, ha financiado grupos terroristas binladenistas y contribuido a la destrucción militar de Libia y Siria. Qatar, además, tiene una monarquía absolutista donde la inmensa mayoría de sus dos millones de habitantes no tiene derechos y donde hay una inmensa disparidad social entre los petrooligarcas y los obreros que sobreviven en inhumanas pocilgas laborando el doble de tiempo de la jornada laboral mundial. Allí más de 6,500 trabajadores han muerto en las construcciones de las obras por el mundial, existe la pena de muerte, la mujer carece de derechos (la poligamia es normal en las élites) y no hay sindicatos.

A Israel se le acusa de bombardear o maltratar palestinos o de haber violado resoluciones de la ONU para anexarse la Jerusalén oriental y otras zonas que fueron antes de Jordania y el Golán sirio mientras se le permite jugar en la liga europea (pese a encontrarse en el Asia, al lado del África). A EE.UU., Francia o Reino Unido y todos los otros países que bombardearon y destrozaron a Yugoslavia, Irak o Libia ni se les toca, como también pasa lo mismo con los dos mayores vecinos de Qatar (Arabia Saudita y Emiratos), que han masacrado a decenas de miles al invadir Yemen. Tampoco se toca a Colombia, la república occidental con más asesinatos extrajudiciales de líderes sociales, a Birmania por la limpieza étnica de sus musulmanes, o a otras naciones sindicadas de hacer atrocidades (incluyendo China, la cual del 4 al 20 de febrero fue anfitriona de las olimpiadas de invierno). Por último, hay que recordar que la dictadura de Mussolini en Italia organizó el mundial de fútbol de 1934 y la de Hitler en Alemania las Olimpiadas de 1936.

Al querer transformar a Rusia en el paria del globo se han venido produciendo importantes cambios. Por primera vez en la historia Suiza ha roto su neutralidad financiera (pues ha sancionado a Rusia, algo que nunca había hecho ni con los nazis ni con ninguna otra autocracia del planeta), Alemania ha enviado armas de guerra a un antiguo territorio soviético que los nazis invadieron y desangraron (cuando se supone que después de la derrota de Hitler debía frenarse toda posible intervención militar externa) y Suecia (militarmente neutral) también ha destinado armamento a Ucrania.

En la ofensiva económica contra Rusia se busca hacer que Alemania y los países del centro europeo (que tanto dependían del gas barato ruso para calentar sus hogares en invierno y para sus industrias) ahora se vean obligados a romper con ese mercado e ir a adquirir gas a precios mayores, el cual va a ser suministrado por multinacionales (especialmente anglo-americanas) que lo transporten desde el Medio Oriente o generando nuevos pozos en EE.UU. (ocasionando nuevos problemas para el medio ambiente con técnicas de bombeo y contaminación de agua en Alaska).

Europarlamentarios de la extrema derecha e izquierda han cuestionado esa orientación. Los euroescépticos critican a la UE porque sus acciones implican empujar a Rusia fuera de Europa y en dirección a consolidar su bloque con China, Irán y las nueve naciones centroasiáticas que conforman el bloque de Beijing. Los comunistas y socialistas radicales conciben que la OTAN debe desaparecer pues es quien ha alentado el conflicto.

Sin embargo, en el parlamento británico TODOS los partidos se han alineado con la ofensiva antirrusa (desde separatistas de Escocia y Gales hasta laboristas y conservadores), lo mismo que ha pasado con el grueso de los partidos de las derechas e izquierdas “moderadas” y el centro europeos, desde los socialistas ibéricos y los verdes hasta los liberales y los socialcristianos germanos.

La incursión rusa en Ucrania ha jugado en contra de los intentos de Putin de dividir a la UE y, más bien, ha unido a esta en su contra. La rusofobia viene acercando a las anteriormente fragmentadas OTAN y UE. Mientras Donald Trump trató de menospreciar a la OTAN y de escindir a la UE, Joe Biden ha unido a estas creando un nuevo enemigo común. Ya no es el peligro del “comunismo”, sino de una especie de neozarismo, como intentan decir.

DE PROPUTINISTAS A ANTIPUTINISTAS

Con Putin viene pasando un fenómeno que recuerda al de Saddam Hussein, al cual inicialmente Occidente armó y financió para que atacara a la revolución iraní de 1979 e hiciera contra esta la guerra de 1980-88 que costó un millón de muertos. Entonces, las “democracias liberales” se hacían las de la vista gorda cuando el dictador de Bagdad lanzaba gases venenosos proporcionados por Francia a miles de sus compatriotas kurdos. Empero, cuando en 1991 Hussein pensó que la OTAN le iba a permitir recapturar Kuwait (así como antes a Indonesia le permitieron hacer lo mismo con Timor Este y a Marruecos con Sahara Occidental), las petromonarquías arábigas y sus socios occidentales cambiaron de posición y se lanzaron a atacarlo. En el 2003, finalmente, Bush hijo decidió poner punto final a lo que inició su padre y terminó invadiendo Irak y ejecutando a su exaliado Hussein.

Putin fue inicialmente uno de los hombres de confianza de Boris Yeltsin, el excomunista ruso que en 1991 desintegró a la URSS, destronó al Partido Comunista, restableció el capitalismo y alineó a Moscú tras Washington. Cuando Putin hizo sus ofensivas militares contra el separatismo de Chechenia, Occidente volvió a hacerse el de la vista gorda pese a que esta nación musulmana con un idioma caucásico y una historia de resistencia contra Rusia fuese sofocada brutalmente y su capital, Grozny, quedase arrasada. Entonces, se le toleraba todo a Putin pues él no se oponía a las guerras que EE.UU. libraba en Afganistán (2001) o Irak (2003).

A medida que Putin se fue consolidando, él decidió que era hora de parar la expansión de la OTAN al este, la misma que, tras la disolución de la URSS en 1991, había ido gradualmente estirándose (junto con la UE) hacia todos los demás países que llegaron a ser parte del fenecido Pacto de Varsovia (Alemania oriental, anexada por la Alemania occidental, Polonia, Hungría, las repúblicas checas y eslovaca, Rumanía y Bulgaria), además de las tres exrepúblicas soviéticas del Báltico (Lituania, Estonia y Letonia).

Por esas razones Putin invadió Georgia y luego Ucrania. En todas esas naciones él creó repúblicas separatistas prorrusas (las de Abjasia y Osetia del Sur en Georgia y las de Crimea, Luhansk y Donetsk en Ucrania), una táctica similar a la que había empleado en Moldavia al escindir a la Transnistria eslava de la mayoría rumano-hablante.

Algo que ha irritado mucho a la OTAN es la actitud de Rusia en la guerra civil siria. Washington esperaba que Moscú no se metiese en dicha guerra, así como no lo había hecho cuando Occidente destrozó a Afganistán, Irak y Libia. Empero, Siria era un viejo aliado de Rusia y de Irán, además de brindarle en su costa a Moscú su única base naval en el Mar Mediterráneo. La alianza militar entre Rusia, Irán, Hizbolá del Líbano y el Gobierno de Assad en Damasco logró vencer a las fuerzas armadas y financiadas por EE.UU. y las petromonarquías arábigas. Turquía, la cual inicialmente se enfrentó a Assad, acabó coqueteando con el eje ruso-iraní debido al fracaso de una intentona golpista contra su presidente Erdogan, la cual fue planificada desde EE.UU. Con ello cambió la correlación de fuerzas en el Medio Oriente pues Teherán pudo crear su “arco chiita” que va desde zonas afganas al este hasta Líbano en el oeste pasando por Irak y Siria. A este los ayatolas lo denominan como el “Eje de la Resistencia” y en este incluyen a la Yihad Islámica y al Hamás, que controlan Gaza y partes de Palestina, así como a los hutíes que gobiernan Sana’a, la capital del Yemen que resiste la invasión de los sauditas y emiratíes.

Además de todo ello, Rusia ha generado una alianza militar con la Venezuela chavista, a la cual EE.UU. ha buscado socavar, con Cuba, con Bolivia y con Nicaragua. Lo más grave de todo es que Moscú y Beijing, que llegaron a ser enemigos mortales en la última fase de Mao Tse Tung, ahora conforman un bloque anti-EE.UU. que domina el grueso de la mayor masa terrestre (Eurasia). China, por su parte, ya viene alcanzando a EE.UU. como la principal potencia económica y espacial. Los chinos han desplazado a los norteamericanos como el principal socio comercial de muchas repúblicas sudamericanas (incluyendo Chile y Brasil), asiáticas y africanas.

De allí que para Washington es esencial cortar la influencia de Moscú en Europa y en el mundo, y la guerra en Ucrania les ha caído como anillo en el dedo. Si antes Occidente simpatizaba con Putin, ahora él es presentado como un “monstruo” o un Putler (una variante de Hitler).

UCRANIA

Durante más de tres meses Putin estuvo tratando de asustar a Ucrania con la perspectiva de una guerra. En su frontera colocó 150 mil hombres y luego hizo ejercicios militares conjuntos con Belarús mientras mostraba armamento capaz de llevar ojivas nucleares. Con esos métodos Putin buscaba lograr lo mismo que EE.UU. consiguió hace seis décadas, cuando pudo presionar a la URSS a que desista de enviar misiles atómicos a Cuba que apunten contra Norteamérica. El operativo fracasó. Biden no ha querido ceder.

El fin de semana previo a la guerra se dio una conferencia en Múnich donde el presidente ucraniano Volodímir Zelenski dijo a los mandatarios occidentales que él quería que Ucrania entre a la OTAN y que vuelva a tener armas nucleares, lo cual fue visto por Putin como una provocación que no podía dejar pasar.

A inicios de 1990 en el suelo de Ucrania había más bombas atómicas que en la suma de China, Francia y Reino Unido, pero este país, cuando se independizó, decidió remover sus misiles atómicos para lograr una serie de créditos financieros. Como Putin sabe que Kiev aún mantiene gran parte de esa infraestructura y muchos de los técnicos especializados en energía atómica, su temor es que Ucrania pueda volver a tener misiles nucleares, los mismos que esta vez estarían bajo un régimen hostil que pudiese hacerlos llegar en cinco minutos a Moscú.

Su otro gran temor es que si Ucrania entra a la OTAN esta pudiese invocar su condición de socio para recuperar Crimea (que Rusia ha anexado) y a Luhansk y Donetsk (dos repúblicas de habla rusa que el Kremlin ha defendido y cuya independencia reconoce). La OTAN no le dio ninguna garantía a pesar de que Putin la solicitó.

Mientras Boris Johnson habla de que la OTAN es una alianza defensiva, los rusos le recuerdan que esta bombardeó Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia y Siria, y que los EE.UU. han atacado Somalia, Pakistán y otros países del viejo mundo, además de haber invadido y ocupado Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, Haití, Panamá, Nicaragua, Granada y México y haber impulsado decenas de golpes militares en todo el mundo.

En vano Moscú ha pedido a la OTAN que retire sus bases que apuntan cohetes atómicos en contra suya y que se encuentran estacionadas en Polonia, Rumanía y el Báltico, en tanto que EE.UU. tiene otras bases que pueden atacar a Rusia desde el sur, el oeste y el norte (a través de cruzar el polo norte).

El ingreso de tropas rusas a Ucrania ha transformado a Zelenski en un héroe nacional e internacional, ha hecho que en Reino Unido se deje de cuestionar al premier Boris Johnson por los escándalos de haber violado sus propias reglas durante la cuarentena y ha convertido a Joe Biden en un líder del “mundo libre”.

Los EE.UU., que han estado acostumbrados a quedar en minoría extrema en varias asambleas generales de la ONU, ahora han volteado la tortilla y han puesto en una similar situación a sus rivales rusos. Los demócratas han logrado algo que no consiguieron con sus anteriores presidentes (como Barack Obama o Bill Clinton) pues vienen aprovechando la guerra ucraniana para unir a toda Europa, Oceanía, Japón y Corea del Sur en un bloque. Todos los noticieros occidentales presentan la imagen de que están unidos por la defensa de un nuevo David contra Goliat, pues Ucrania es una nación que lucha por su propia existencia frente al abuso del oso ruso.

Paradójicamente, toda esta prensa ignora que en el 2014 se produjo un levantamiento y un golpe contra un gobierno constitucional popularmente electo, el cual fue promovido por EE.UU. y la UE, y en cuyas fuerzas de choque se destacaron bandas abiertamente nazis. En Ucrania, que es un país bilingüe, se eliminó al ruso como idioma cooficial y se quiso reprimir la cultura rusa y la reivindicación de los héroes de la revolución soviética y de la guerra antinazi. Mientras que al Partido Comunista, que llegó a ser el más grande y votado de Ucrania, se le proscribía, al igual que a otras formaciones de izquierda, y se alentaban a las bandas de Stepan Bandera, el comandante de las fuerzas ucranianas que colaboraron con las SS. «Toda esta prensa ignora que en el 2014 se produjo un levantamiento y un golpe contra un gobierno constitucional popularmente electo, el cual fue promovido por EE.UU. y la UE, y en cuyas fuerzas de choque se destacaron bandas abiertamente nazis

Hoy Ucrania es el único país del mundo donde actúan impunemente paramilitares que reivindican a las fuerzas hitlerianas durante la II Guerra Mundial. Esos grupos han sido responsables de numerosas atrocidades desde el 2014. Por ejemplo, haber quemado vivas a 48 personas en la casa de los sindicatos en Odessa (y disparar o matar a golpes a los que se escapaban del incendio provocado por ellos) y por el asesinato en masa de miles de ucranianos de lengua materna rusa desde esa fecha hasta hoy.

En el 2014, mientras en Reino Unido se dio un pacífico referéndum sobre la independencia de Escocia, en Ucrania el gobierno nacionalista posgolpe se negó a respetar los resultados de los referéndums en Crimea, Luhansk y Donetsk. Su respuesta fue condenar a esos pueblos como “terroristas”. A Crimea no la pudieron invadir pues Rusia mandó tropas para protegerla y anexarla luego de que más del 90 % de sus habitantes decidieron retornar a Rusia, del cual formaron parte hasta 1954. Empero, se estima que unas 14,000 personas fueron muertas en los constantes e imparables combates en Luhansk y Donetsk, donde Kiev logró recuperar 2/3 de ambos territorios, aunque las autodenominadas “repúblicas populares” rusohablantes siguieron controlando las capitales de ambos. Civiles rusos en esas dos regiones han sido víctimas de constantes bombardeos y matanzas. Numerosas fosas comunes han venido siendo encontradas con cadáveres mutilados.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°576, del 04/03/2022

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