Perú: Letrados de las fake news

Juan Manuel Robles

Hay quien dice que no hay mayor estampa de la decadencia que la imagen del excelentísimo presidente de la República condecorando al señor Andrés Hurtado, alias Chibolín. Y sí, es problemática la escena. Pero personalmente no es la que más me inquieta en estos días oscuros. La ignorancia es una forma de vulnerabilidad —no la romantizo, pero entiendo en qué roches nos mete—; además, hay que decir que Castillo no es el primer presidente que accede a acercarse a quien —creo que cuesta asimilarlo— es un referente ineludible de ese subgénero que es la televisión de la caridad. Lo que a mí más me perturba, lo que me hace hundirme en desesperanza, es más bien ver a los señores del polo opuesto, los hombrecillos letrados, con cultura y hasta libros escritos, con vocabulario grande. Digo: ver cómo por culpa del triunfo de Castillo varios de ellos han sacado lo peor de sí, en un deterioro bochornoso y, me temo, irreversible.

Mencionaré a cuatro, aunque hay varios más. Jaime de Althaus, Fernando Rospigliosi, Pedro Cateriano y Hernando de Soto. Es cierto: que alguna vez hayan sido brillantes es discutible, pero sí tuvieron, cómo decirlo, estampa intelectual. Lucidez en el auditorio. Esa aura que un país del tercer mundo como el nuestro los coloca por encima de la muchedumbre y hace que se distingan de los comunes, quienes los tratan con una deferencia atarantada: ahí va el señor que habla en la tele y dice cosas tan inteligentes. Hombres de ideas que gesticulan y cavilan, que citan a pensadores y filósofos, que interpretan al Perú.

Nada se parece más a un fascista que un liberal asustado, dice el dicho. Podría aplicar a estos señores. ¿Pero el susto por el “comunismo” puede quitarte también todo el pudor para decir estupideces? ¿Puede descerebrarte? ¿Puede volver a un profesional riguroso en un chapucero mala leche? ¿Pasado cuánto tiempo estos dislates dejan de ser episodios temperamentales y pasan a convertirse en síntomas de un deterioro real? Es lo que me pregunto cuando veo a Fernando Rospigliosi “denunciando” con video que funcionarios del Ministerio del Interior cantaron Flor de retama, a la que califica de “canción senderista”. Flor de retama no es una canción senderista, como ha sido extensamente explicado (no vale la pena volver al tema). Esa canción es un patrimonio sentimental del Perú, y las lágrimas en los ojos de los ayacuchanos al escucharla nos habla de la censura tácita que hubo por años, justamente por la confusión y la represión. Pero al señor terruquero no le importa. Hace tiempo, Rospigliosi escribió El arte del engaño, una investigación académica sobre desinformación y propaganda. Quién diría que ese libro sería profético.

Jaime de Althaus es un periodista de mucha experiencia —fue director de “Expreso” y conductor estelar de Canal N— y autor de La revolución capitalista. Hoy no tiene problemas en usar su cuenta de Twitter para recircular bulos que desestabilicen al gobierno, como cuando dijo que el consumo masivo cayó en 7,3 %, llamando al pánico (lo que había caído era la venta de Alicorp). Se ha vuelto un hazmerreír de las redes. Sus fake news se combinan con una enorme majadería, lo que se vio una vez más esta semana, cuando quiso corregir la irresponsabilidad de lanzar una información falsa con una irresponsabilidad aun mayor: publicar la ficha de Reniec de la hija del presidente, una niña.

Pedro Cateriano es, con su paso al lado oscuro de Keiko Fujimori, el ejemplo más palpable del intelectual embarrado. Autor de El caso García —un completísimo compendio de los actos dolosos de uno de los presidentes más corruptos de la historia— hoy se dedica a lanzar fake news como si nada. Uno de los más notorios fue el video en que un bus de la Policía es apedreado por manifestantes (según él, demostraba el ánimo antigobierno, pero resultó ser una toma de años atrás). Hasta el día de hoy, el señor no borra esa información falsa. En su momento admitió que el video era antiguo, pero explicó que lo importante era la idea.

Hernando de Soto, que alguna vez fue voceado para Nobel de Economía, hoy es casi un charlatán, de esos que se pavonea de juntarse con grandes líderes (estrategia old school que también usó Carlos Manrique). Últimamente anda diciendo que él coescribió la Constitución de 1993 y que ahora mismo está en conversaciones con altos funcionarios de Estados Unidos para encargarse juntos de la amenaza comunista que maquina Vladimir Cerrón en alianza con el G2 de Cuba, Venezuela y Rusia. La embajada de Estados Unidos salió a desmentirlo. A pesar de eso, De Soto ha vuelto a sacar un comunicado en que anuncia un Frente Anticomunista en alianza con “centros de poder global”.

¿Por qué es relevante el caso de estos señorones? Porque algo no cuadra cuando personas que han ido a las universidades más prestigiosas se vuelven los reyes de las fake news. De hecho, algo apesta cuando eso ocurre. Porque son, aunque no lo quieran —y tampoco nosotros lo queramos— representantes de la cultura letrada. No son parte de la academia pero sí ejemplos de lo que la academia hace por una mente y una voz. Son el producto de eso que tanto se pregona hoy: las mejores condiciones de educación, con los mejores maestros de tu país. Con tesis que hicieron ellos mismos, sin plagios (dejemos de lado los problemillas que tuvo De Soto con los derechos de autor de El otro sendero). Personas que crecieron.

Y porque en un país donde la cultura está dinamitada, la educación es deficiente y el Estado no invierte en bibliotecas públicas, son ellos —no filósofos ni investigadores sociales— a quienes la prensa llama, escucha, respeta como analistas poseedores de sabiduría, con “estudios”. Cumplen un papel de intelectuales aunque no lo sean: el del hombre que se dedica a pensar. Nunca han dejado de llamarlos. Tienen palco vitalicio en las estaciones del poder.

Cuando los hombres “respetables” contribuyen al deterioro de la confianza, uno comienza a dudar de la educación en el Perú y sus rankings. Da pasto para ponerse cínico. Un periodista de una universidad “de las que sí” dijo en su programa que si él fuera dueño de una empresa no contrataría a egresados de la Universidad César Vallejo (por el asunto de la tesis de Castillo). La sola posibilidad de esa discriminación tan tajante es, a la luz de estos señores educadísimos, caballeros andantes de la mentira burda, un chiste de muy mal gusto.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°587, del 20/05/2022   p19

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