Algunas verdades ucranianas

Daniel Espinosa

Según Joe Biden y la prensa corporativa estadounidense, la guerra que Europa y su país han asumido como propia –la de Ucrania–, tendría un carácter eminentemente moral. Hay que detener al tirano Putin, sucesor de otros malvados como Gaddafi, Hussein o Milosevic. Basta con mencionar sus apellidos, pues hablamos de personajes a los que la propaganda occidental ha dado forma. Cucos para adultos.

El problema es que la gente ha dejado de caer en el engaño de la superioridad moral occidental y en sus representantes autonombrados. El carismático y siempre atinado Barack Obama hizo su trabajo de relacionista público del imperio de manera excepcional, no importaba cuántas bombas cayeran cada día sobre amplias regiones del globo.

Pero el viejo cascarrabias que hoy preside EE.UU. no tiene su talento. Biden reacciona de manera agresiva cuando algún periodista le hace una pregunta incómoda, es incapaz de leer sus discursos de un teleprónter sin cometer errores bochornosos y carece de carisma. Sus lapsus seniles son cada vez más difíciles de ocultar y dejan la impresión de estar ante una figura puramente decorativa, un autómata programado para darle continuidad a décadas de nefastas políticas neoliberales y guerras de agresión.

Voces independientes

En los últimos días y semanas, algunos observadores del panorama internacional se han pronunciado sobre Ucrania, el desastre económico en el que Occidente se ha metido adrede y toda la propaganda que lo justifica de cara a las masas.

El veterano periodista australiano John Pilger, por ejemplo, señaló en una entrevista para South China Morning Post (8/7/22) que nos encontramos ante una “guerra de propaganda”. “Casi nada de lo que uno lee en la prensa occidental sobre la invasión de Ucrania puede ser creído”, explicó, “cada día, cuando reviso la prensa, veo la fuente (de la información) y es la inteligencia ucraniana”. Y tal como el New York Times informó el pasado 25 de junio, Ucrania está llena de agentes de la CIA, lo que sugiere que la inteligencia ucraniana podría ser un intermediario para su mucho más poderoso y sofisticado par estadounidense. Pilger considera que quienes atizan la guerra desde EE.UU. no tienen “el mínimo interés por Ucrania”, que hoy sirve de peón en una guerra subsidiaria.

Tal como sucedió con Afganistán o Irak, esta guerra tampoco tiene que ser ganada en el sentido tradicional. Basta con que continúe indefinidamente. Cada día de guerra es una nueva oportunidad para intentar destruir la reputación del actual enemigo, desgastarlo –como señalan los planes de la RAND Corporation– y, de paso, vender más armamento. Estos arsenales son comprados por el gobierno ucraniano con dinero donado por los mismos países vendedores de armas (con los impuestos que la ciudadanía paga). La gente de a pie siempre cubre los gastos, por eso hay que convencerla del carácter “moral” de toda nueva aventura bélica.

Al 2022, valga la redundancia, la propaganda moralista occidental ya no engaña a nadie. En su lugar, ella tiene el efecto de restregarnos en la cara el hecho incontrovertible de que aún vivimos en un mundo dominado por la fuerza bruta, el poder de las armas, los aviones de combate, los misiles supersónicos y los portaviones que se envían a cada rincón del mundo con el fin de amedrentar a posibles rivales (siguiendo la filosofía neoconservadora).

La sazón propagandística en la que viene marinado todo este crimen internacional existe para que podamos soñar, si queremos, que vivimos en un mundo libre, democrático y regido por leyes. Saquea el mundo a tus anchas, pero engáñame antes con un poco de propaganda, de manera que yo pueda seguir vanagloriándome de nuestra “modernidad”.

Élites fuera de control

Los criminales de guerra que aún se pasean por los pasillos de los más icónicos edificios gubernamentales de Occidente –como Tony Blair o George W. Bush– y que cada 4 o 5 años son relanzados a la vida pública por una prensa y un establishment político desconectados de la realidad, encarnan toda esta hipocresía a la que nos referimos. Por suerte, los intentos de relanzar a la política a esas figuras fallan una y otra vez.

Mientras tanto, el gran denunciante de sus crímenes, Julian Assange, se pudre en una celda. Estamos ante el perfecto retrato de la decadencia occidental y ella demanda ingentes cantidades de propaganda. A mayor decadencia y menor legitimidad, más guerra psicológica dirigida a las masas, pues hay que desviar la atención hacia una variedad de chivos expiatorios.

Como evidencia de este recrudecimiento, podemos señalar que la cobertura mediática de la guerra en Ucrania –por parte de las principales cadenas de noticias de EE.UU. (ABC, NBC y CBS)– logró superar la cantidad de tiempo dedicado a reportar sobre Irak y otros conflictos de las últimas décadas en los que EE.UU. sí estaba directamente involucrado.

Como informó la página “Responsible Statecraft” en abril de este año, durante el primer mes del conflicto ucraniano las cadenas mencionadas le dedicaron 562 minutos de cobertura. En cambio, durante los meses más intensos de la guerra de Irak (marzo y abril de 2003), la cantidad de minutos dedicados por la prensa corporativa nunca superó los 455 minutos.

En una entrevista de fines de junio pasado (ramzybaroud.net, 23/6/22), Noam Chomsky también hizo hincapié en la propaganda. Según el destacado lingüista, crítico social y filósofo estadounidense, señalar que hubo una clara provocación por parte de la OTAN y EE.UU. no significa justificar la invasión rusa, que considera moralmente inadmisible. Al respecto, el también profesor de la Universidad de Arizona notó cómo la prensa corporativa occidental se esmera en recalcar el supuesto carácter “no provocado” de la invasión rusa:

“…Es casi obligatorio referirse a (ella) como una invasión no provocada. Búsquelo en Google y encontrará cientos de miles de coincidencias. Por supuesto que fue provocada, de otra manera no se referirían a ella como una invasión no provocada”.

El grupo de analistas e intelectuales que recientemente se refirió a Ucrania también incluye a Jeffrey Sachs, economista y director del Centro para el Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia, quien fue bastante claro al señalar a la élite neoconservadora estadounidense –una red cerrada de consejeros y funcionarios gubernamentales del más alto nivel– como la responsable del presente desastre de alcance global (las sanciones para castigar al malvado Putin han empobrecido al mundo entero; mientras tanto, el rublo viene elevando su valor con respecto al dólar en más de 45% desde enero de 2022).

Sachs explicó que esta nueva aventurilla está muy lejos de ser la primera que esta élite desquiciada lleva a cabo, agregando que la administración Biden está repleta de los mismos criminales que planificaron las últimas guerras de agresión estadounidenses. El “Nuevo siglo americano” es la creatura que los neoconservadores desearían ver florecer, un plan violentamente imperialista y tan lleno de “hubris” –soberbia desatada– como quienes lo diseñaron.

Estas peligrosas élites no dudaron al momento de convertir la economía europea y sus finanzas en un arma más en su guerra contra Rusia, llevando a países obedientes como Alemania a una crisis energética que, durante el próximo invierno, se cebará en esas muchedumbres que usualmente pisotean con impunidad.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°596, del 22/07/2022   p18

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