Perú: Resurrección

Carlos León Moya

Sabemos ya que en el Perú nadie muere, políticamente.

Los más ambiciosos se dedican a penar, mientras esperan que el paso de los años haga que la gente se olvide de sus nombres y aparezca una designación, una elección nacional o hasta local o al menos una resolución ministerial que los devuelva al mundo de los vivos.

Los casos de éxito vienen desde el siglo XIX, pero vayamos solamente a los recientes.

El más exitoso es, sin duda, Alan García: destruyó el país a punta de corrupción e incompetencia hasta 1990, pero solo once años después obtuvo el 47 % de los votos. El 2006 fue elegido presidente.

Keiko Fujimori fue la primera dama de un presidente que huyó del país estando en el cargo para evadir a la justicia. Fue la cara de un gobierno autoritario incluso más corrupto que el de García, y con graves violaciones a los derechos humanos. Un gran estigma. Insalvable, pero no en el Perú. Cinco años después, fue elegida congresista. Diez años después, tras reconstruir el aparato partidario fujimorista y pedir perdón porque mentir le es fácil, obtuvo el 49,5 % de los votos. Luego perdió indefinidamente.

Toledo casi resucita en las elecciones presidenciales del 2011, pero no tenía casos de corrupción entonces y al final quedó cuarto. Su resurrección es altamente improbable: no tanto por sus coimas, sino por sus problemas líquidos.

Humala aún no resucita, pero poco a poco lo vamos invocando: te extrañamos, Cosito; regresa, Cosito; no eras tan malo, Cosito.

Pedro Pablo Kuczynski no parece capaz de resucitar. No por un tema político, sino por uno biológico: ya es muy mayor y su salud está deteriorada.

Quien ha resucitado, y a velocidad extraordinaria, es Martín Vizcarra. Y lo hicieron los que quisieron hundirlo.

Vizcarra ha sido un político bastante inusual para el Perú, pero por exitoso. Ha sido el único presidente, desde la transición, en mantener una aprobación mucho mayor a su desaprobación, y mantenerla así a lo largo del tiempo. A diferencia de Toledo, García, Humala, PPK y Castillo, que empezaron con una aprobación alta y luego esta se desplomó de golpe, Vizcarra la mantuvo y la llevó a niveles extraordinarios para el Perú. Medidas como el cierre del Congreso, por ejemplo, lo catapultaron.

Por otra parte, tenía una conexión distinta con el público, especialmente cuando se dirigía a ellos: mucho más horizontal y afectiva que sus antecesores, mucho más articulada que el presidente actual. Sencilla, pero también paternal, con su máximo pico de éxito en las conferencias que daba en las primeras semanas de la cuarentena (y sí, hay peruanos que buscan en el presidente una figura paterna, especialmente en tiempo de incertidumbre).

Pero Vizcarra se fue al traste no con su vacancia. Tampoco con una denuncia de corrupción. Fue algo peor: una denuncia de carácter. Se aplicó una vacuna a espaldas del país, cuando estas no eran accesibles para ningún otro peruano, y lo ocultó durante meses. Casi una traición.

Aun así, vacunado y todo, Vizcarra fue el candidato más votado al Congreso en abril del 2021. Si no asumió el cargo fue porque el Congreso lo inhabilitó para ejercer función pública por cinco años.

Allí empieza el Vizcarra que pena. Sin hemiciclo, sin partido, sin exposición, empieza a hacer transmisiones en línea donde habla con postura de estadista, como si no se hubiese vacunado nunca. Habla y no se inmuta, a pesar de la gravedad de sus actos: lo que se diría, coloquialmente, un conchudo.

Y ser conchudo, a pesar de todo, puede ser políticamente rentable. Miren a Alan García, a Keiko Fujimori, a Alejandro Toledo, quienes sobrevivieron casi a punta de conchudez.

Y así Vizcarra penaba y penaba hasta que “Panorama” publica unos chats privados suyos que probarían una supuesta infidelidad. No había tanta relevancia pública, pero era Vizcarra y estaba en el piso: había que golpearlo más. Luego, Willax emite un antiguo recital de poesía de la supuesta amante de Vizcarra, Zully Pinchi, con unos versos tan malos que son involuntariamente graciosos.

Con esto, el músico Tito Silva hace una canción, “Bebito fiu fiu”, inspirada en el poema y los chats de Pinchi (el “fiu fiu” es la onomatopeya del silbido a la belleza, y Pinchi le escribió uno a Vizcarra en lugar de mandarle un audio).

La canción, sabemos ya, dio la vuelta al mundo y se hizo viral. La cantaron desde Ibai Llanos hasta Bad Bunny, la usaron en sus cuentas desde Netflix hasta HBO.

¿Pero y qué con Vizcarra? Se hizo viral, ¿y qué con él?

Quizá la mejor respuesta es un video de este miércoles en la cebichería Mi Barrunto. Vizcarra aparece y la gente se acerca a abrazarlo como antes, cuando era un presidente querido. Mientras eso pasa, casi todos empiezan a murmurar “Mi Bebito fiu fiu, Mi Bebito fiu fiu” entre risas. Al rato, alguien lo grita y se anima a cantarle la canción. Todos empiezan a corear “caramelo de chocolate” mientras Vizcarra sigue sonriendo de manera incómoda, se sigue tomando fotos mientras la gente corea “empápame así”.

En efecto, si escribí “como antes, cuando era un presidente querido”, es que Vizcarra ha resucitado.

Aunque con un añadido más: ahora, al igual que con la vacuna, Vizcarra tiene cierta inmunidad política. El escándalo Zully Pinchi cancela el escándalo de su vacunación. Entonces, ¿qué escándalo podría hacerle daño? ¿Qué más grave que su vacunación a ocultas?

Casi nada. Además, no tiene hasta ahora un caso de corrupción claramente probado, pero tendría que ser muy escandaloso –y muy diáfano– para hacerle daño. Finalmente, si hubiese uno, la primera reacción de un ciudadano normal, luego de estos años de avatares políticos, sería “los otros también hicieron lo mismo” o “los otros son incluso peor”.

Así, Vizcarra parece haber caído de pie, nuevamente. Como los gatos, aunque su figura se asemeje más a la de la pantera rosa.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°595, del 15/07/2022   p18

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