Perú: Terrorismo bueno

Juan Manuel Robles

José Williams es el nuevo presidente del Congreso. Fue elegido como parlamentario el año pasado por Avanza País. El señor Williams fue un alentador de la mentira del fraude tras las elecciones del 2021, es un abierto defensor de la idea del golpismo vía vacancia —no tiene empacho en decir que ese sigue siendo su objetivo— y empezó con la pata en alto: a la invitación del presidente para conversar en Palacio, respondió que sea el presidente quien vaya al Congreso. El señor Williams puede hacer todo eso y más porque es parte de las fuerzas políticas, ese elenco sórdido ineludible. También hay que decir, por supuesto, que Williams fue vinculado a uno de los peores casos de terrorismo de Estado; de hecho, un terrorista de Estado —uno de los más feroces, un auténtico psicópata llamado Telmo Hurtado y apodado el Carnicero de los andes— trabajó bajo su mando. Hurtado fue perpetrador de la matanza de Accomarca y en su juicio sugirió que Williams, su jefe, le había dado instrucciones de encubrimiento. Williams fue absuelto. Legalmente, nada le impide estar donde está y tener el protagonismo que tiene y que sin duda tendrá en las próximas semanas.

A mí no deja de asombrarme constatar que en el Perú las manchas por el terrorismo sean selectivas. Algunas son indelebles; otras efímeras, hasta divertidas, como las de esas pistolitas de los años noventa. A algunos una sindicación hecha por un militante bajo tortura, perdida en un expediente policial de hace cuarenta años, les arruina la carrera: deben renunciar a sus cargos por la presión mediática. A algunos, la sola alusión a un terrorista, la sola contratación de un empleado que tuvo nexos, los mata civilmente. Pero para otros, estar procesado por un crimen de lesa humanidad no es problema: las acusaciones se esfuman entre sonrisas. El “me absolvieron”, que nunca le servirá a unos, a otros les sirve maravillosamente.

Me pregunto qué pensarán de la designación de Williams todos los hombres y mujeres que, en estos años, tuvieron que renunciar a sus cargos porque alguien los sindicó como terroristas o simpatizantes, o cómplices. Todos los que fueron despedidos de sus trabajos porque se descubrió una militancia de juventud, una foto con una compañía inoportuna. Qué pensarán de la designación de Williams todos los maestros que perdieron su cátedra en la universidad, no por haber sido condenados por subversión, ni siquiera por haber purgado cárcel y luego salir libres, sino por el solo hecho de estar “investigado por terrorismo”. Sí, entérense: es legal en el Perú echar a un profesor si este ha sido investigado por subversión. Algunos defienden esa intransigencia, pues “no hay que dar ni un milímetro”. Pero cambian de posición cuando hablamos de terroristas de Estado.

Y no me vengan con que un terrorismo es admisible y el otro no, o con eso de la moral superior del Ejército y sus “excesos” frente a la maldad pura de Sendero Luminoso. No hay moral “mayor” en los actos terroristas viles, bien planificados, contra familias inocentes, usando la logística y el blindaje del Estado. En Accomarca, en 1985, una patrulla del Ejército mató a 69 personas entre adultos, ancianos y niños. No fue una respuesta acalorada en medio del combate. No fue una bala accidental en la nerviosa oscuridad de una zona roja. Los buscaron. Les dispararon, los incineraron y los desaparecieron. Algo más (para los que hablan de diferencias morales): los militares dinamitaron los cuerpos para que todo pareciera un atentado de Sendero Luminoso.

Se supone que el terrorismo es malo porque es cruel con quien no puede defenderse. Porque para lanzar un mensaje un terrorista utiliza el peor alfabeto: la sangre de otros. Lo que piense ese asesino sobre cómo mejorar la sociedad nos importa un pepino. Se supone que decimos maldito terrorista porque entendemos lo que es perder a alguien que simplemente caminaba por el lugar inadecuado. Por eso despreciamos y tememos; por eso desconfiamos de quien haya estado cerca de terroristas, y les pedimos explicaciones. Pero parece que eso funciona solo con algunos tipos de terrorismo (y con algunos cómplices de terroristas).

Solo así se explica que a Williams nadie le exija —al margen de la absolución judicial— que deslinde de los terroristas que él reclutó directamente y a los que dio órdenes. Nadie pide rendir cuentas de la cercanía con esos violadores y asesinos, o despreciar públicamente a la patrulla infame que tuvo bajo su mando. Y él, por supuesto, tampoco lo ha hecho por iniciativa propia. Al contrario. Durante el gobierno de Toledo, dijo: “nuestros camaradas, que con sacrificio y decisión contribuyeron a pacificar la nación (…) están siendo perseguidos, calumniados y maltratados”. Se refería a los procesos por violaciones de derechos humanos contra uniformados, todos por crímenes bien documentados y la mayoría impunes hasta hoy.

Un país que perdona selectivamente a criminales y cómplices de los terrorismos está condenado a que sus heridas no cierren, a que los resentimientos crezcan. Un país en que la política del más fuerte —no la de la justicia y la memoria— decide quién está manchado, quién debe hacer deslindes y quién no, es un lugar que alimenta radicalismos futuros. Existe una Asociación de Familiares Afectados por la Violencia Política de Accomarca. Recién este año, cuatro décadas después, ellos han podido identificar los restos de algunos de sus deudos, y enterrarlos como se debe. Por cierto, casi todos los militares implicados en la masacre están prófugos.

Nadie le ha preguntado al señor Williams su parecer sobre la cobardía de sus excompañeros.

En esta columna ya he dado las razones por las cuales Pedro Castillo se quedará hasta el 2026: porque el Congreso es peor y más sucio, y porque los ataques mediáticos y judiciales terminan victimizando al presidente. No creo, como sueña la derecha golpista, que la designación de Williams signifique que el presidente vaya a tener más problemas de los que ya tiene.

Pero serán meses tóxicos, como ya lo están siendo estos días.

Además de lo ya terrible de tener una ultraderecha bruta en la conducción del Parlamento, la elección de Williams, héroe del operativo Chavín de Huántar, vuelve a activar un número horroroso en este circo nuestro. Ese juego de decir que el gobierno representa al “bando” senderista y la derecha al de los militares que los derrotaron. Hace meses que personalidades supuestamente sensatas como los ex Gein lanzan tonterías paranoicas, vinculando al gobierno con Sendero Luminoso y “el comunismo”. Alguno incluso ha dicho que los consejos de ministros descentralizados en el interior del país son una práctica senderista (nótese la mentalidad: política en provincias al aire libre tiene que ser subversión, fijo). Para estas mentes brillantes, ahora el “terrorista” de Palacio tiene como antagonista a un “patriota” de mano dura. La impunidad se consolida con estas fantasías estúpidas, infantiles y dañinas. Qué cansancio.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°603, del 16/09/2022   p18

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