Esperando la bomba

Daniel Espinosa

Dos semanas antes de las detonaciones del gasoducto Nord Stream, el periodista y analista geopolítico francés Thierry Meyssan señaló con mucho tino cómo “la propaganda europea (apuntaba) a preparar al público para el cierre definitivo del gasoducto”, así como “para responsabilizar a Rusia” por ello.

A diferencia de la mayoría de los analistas a los que estamos expuestos, Meyssan –galardonado en 2005 con el título de persona non grata por el Departamento de Estado de EE.UU.– no se encuentra encorsetado en las formas de análisis geopolítico preferidas por las universidades más importantes del hemisferio occidental y los “think-tanks” financiados por la industria privada del mismo origen.

La profunda degeneración del poder concentrado, en este caso, en los neoconservadores –o discípulos de Leo Strauss– desperdigados por Londres y Washington, no escapa a su visión. Para entender un poco de la filosofía de Strauss aplicada a la política, podemos acercarnos a un artículo del periodista estadounidense Brent Staples (“New York Times”, 28/11/94):

“…Strauss sostenía que los reyes-filósofos (incluyéndolo) habían nacido para gobernar, los sirvientes habían nacido para servir y solo el desastre podía sobrevenir si se permitía a la chusma ponerse por encima de su lugar. Strauss fue desvergonzadamente elitista y antidemocrático. Sus ideas le han sobrevivido, poniéndose en boga en la política americana” (paréntesis incluido en el original).

Como explica Meyssan, quienes rinden culto a Strauss desde el Pentágono y el Departamento de Estado de EE.UU., “…están listos para hacer lo que sea. Por ejemplo, querían regresar a Irak a la era de piedra. Y eso es precisamente lo que hicieron”. Como también observa este periodista francés, los straussianos ya habían escrito, hacia 1992, que no dudarían en destruir Europa y la Unión Europea (Voltairenet.org, 13/9/22). El documento secreto “Defense Planning Guidance” del gobierno de EE.UU., de 1992 (revelado solo en sus líneas generales por la prensa estadounidense), explica que parte de la estrategia yanqui consistirá en “convencer a potenciales competidores de que no deben aspirar a un rol mayor (en la política global) o a perseguir una postura más agresiva de cara a proteger sus legítimos intereses”.

Sus “legítimos intereses”, recalcamos. Y así expusieron en palabras lo que venía siendo la geopolítica estadounidense desde siempre. Como no podría ser de otra manera, la competencia por la supremacía geopolítica incluye a Latinoamérica. En ese marco, el Partido de los Trabajadores (PT) brasileño era una amenaza para la hegemonía yanqui, pues apostaba al multilateralismo propuesto a través de BRICS (compuesto por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que tiene entre sus principios la búsqueda de un mundo multipolar “sin ningún tipo de superpotencia dominante”, como se explica claramente en infobrics.org, que, en referencia a Brasil, añade: “…el primer ministro de relaciones exteriores del gobierno de Bolsonaro, Ernesto Araujo, consideró que Brasil debía cuestionar la relevancia de BRICS. Bolsonaro se enfocaría, en su lugar, en las relaciones políticas con EE.UU. e Israel”.

El clarísimo lawfare ejercido hacia Lula da Silva, Dilma Rousseff y el PT, dirigido por el Departamento de Justicia de EE.UU. con la colaboración de un par de brasileños “patriotas”, el juez Moro y el fiscal Deltan Dallagnol, puso fin (temporalmente) a los proyectos multipolares del país más grande de Sudamérica. Sin ese “empujoncito” de fuera, Bolsonaro seguiría siendo un oscuro pie de página en la historia brasileña, pues habría perdido las elecciones de 2018 contra el injustamente encarcelado Da Silva.

Ante los resultados de primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales brasileñas, celebradas el pasado 2 de octubre, debemos notar la facilidad con la que la gran prensa mantiene al público en la ignorancia y la confusión. Como notó la periodista Inna Afinogenova en el programa “La Base” (3/10/22), luego de su encarcelamiento, Lula da Silva “fue absuelto de todas las causas que tenía en su contra… pero este tipo (el periodista español Eduardo Inda) sigue diciendo que es un ladrón en un programa que ven cientos de miles y no pasa absolutamente nada… increíble”. Inda le dijo al público español, a través de Telecinco, que los pobres brasileños elegían entre “un loco y un ladrón”. En el Perú, Marco Sifuentes dijo casi exactamente lo mismo en su programa “La Encerrona” (3/10/22).

“No provocado”

La propaganda lo oscurece todo y es en estos puntos álgidos de la historia –cuando se vuelve a hablar con seriedad de detonar bombas atómicas– cuando ella se torna más peligrosa. La responsabilidad, por supuesto, está en la gran prensa y sus distraídos representantes.

Al respecto, la periodista australiana Caitlin Johnstone señala acertadamente cómo la narrativa de la invasión rusa “no provocada” constituye un obstáculo para conseguir la paz que el mundo anhela y el imperialismo estadounidense y sus vasallos europeos aborrecen. Hablar de una invasión rusa “no provocada”, explica la periodista, es como decir que “Putin invadió (Ucrania) porque es un lunático malvado que disfruta cometer crímenes de guerra, o un tirano megalómano que quiere conquistar el mundo porque detesta la libertad y la democracia… lo que significaría que seguirá atacando e invadiendo otros países a menos que sea detenido”.

En suma, explica Johnstone, “la única respuesta es más guerra”. Por eso, agrega, “los apologistas del imperio se enfurecen con quienes abogan por la única posición sana y racional… llamar a la desescalada y la distención” (Consortium News, 02/10/22).

Ya hemos señalado en esta columna cómo la propaganda crea estos monstruos de fábula, inherentemente malvados, irracionales e irreversiblemente trastornados. Una vez construida esta narrativa infantilizante, ¿qué solución podría caber, excepto la destrucción de ese enemigo? Esta es la narrativa del “cambio de régimen”, y si no la tenemos aprendida de memoria a estas alturas es debido a la irresponsabilidad de la gran prensa y su peligrosísima propaganda.

Coincidiendo en el hecho ampliamente aceptado de que la invasión rusa de Ucrania es ilegal y brutal, el veterano periodista australiano John Pilger recalca que ella fue la respuesta a “casi ocho años de asesinatos y la destrucción criminal de la región del Dombás” (aproximadamente, 14 mil muertos desde el golpe de Estado contra Kiev de 2014). Como también dijo Pilger: “En diciembre pasado (2021), Rusia propuso un plan de seguridad para Europa. Este fue desechado, ridiculizado y suprimido por la prensa occidental. El 24 de febrero (2022), el presidente Volodímir Zelenski amenazó con desarrollar bombas nucleares a menos que EE.UU. armara y protegiera a Ucrania”.

Como observa otro encomiable periodista independiente, el inglés Jonathan Cook: “El cerco de Rusia no es un error aislado. La mediación occidental y el golpe (contra Kiev), seguidos del apoyo a un ejército nacionalista ucraniano hostil a Rusia, tampoco es un hecho aislado. La decisión de la OTAN de inundar Ucrania de armamento, en lugar de concentrarse en la diplomacia, no es una aberración… todo esto constituye un patrón de conducta patológica de Occidente hacia Rusia, así como hacia cualquier estado rico en recursos que no se somete al control occidental”.

El patrón se confirma cuando nos enteramos de que, en abril pasado y ante una posible tregua entre Rusia y Ucrania, Boris Johnson viajó a Kiev para advertirle a Zelenski que “con Rusia no se debe negociar, (sino que) se le debe presionar… incluso si Ucrania está lista para firmar algún tipo de acuerdo… con Putin, nosotros (EE.UU. y sus vasallos europeos) no lo estamos”. Luego de eso, explica Aarón Maté, “las conversaciones colapsaron…” (los últimos tres autores fueron citados de MediaLens.org, 30/9/22).

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 606 año 13, del 07/10/2022, p18

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