Perú: Carta abierta a la OEA

César Hildebrandt

Lima, 20 de octubre del 2022

Señor secretario general de la Organización de Estados Americanos, don Luis Almagro Lemes:

Se dirige a usted, con todo respeto, un periodista peruano que no forma parte de la turba mediática que quiso impedir el ascenso a la presidencia de la república del profesor Pedro Castillo Terrones.

No estuve entre quienes -políticos, periodistas, supuestos peritos en cómputos, supremacistas de no sé qué blancuras- denunciaron que las elecciones habían sido fraudulentas y que, para demostrarlo, contrataron a los abogados más coloniales de esta villa coronada.

No me sumé, a la campaña de la ira conservadora y sin escrúpulos que demandó la intervención de los militares para cerrarle el paso a Castillo. No cerré filas con los nostálgicos que querí­an, a toda costa, que la hija de un dictador venal se hiciera con el control absoluto del paí­s.

Era cierto que el presidente elegido era sospechoso de pertenecer a un ambiente magisterial próximo al MOVADEF, organismo montado sobre los escombros del derrotado Sendero Luminoso. Pero ni siquiera esa sombra lo inhabilitaba para asumir la presidencia que habí­a ganado por un poco más de 40,000 votos en comicios observados por la OEA y la Unión Europea y certificados por el Jurado Nacional de Elecciones.

Vi, sin sorpresa alguna, que, apenas asumido el gobierno, el Congreso asumió la tarea de demolerlo. Esa es la vieja práctica del fujimorismo endémico que padecemos los peruanos y es algo recurrente en un paí­s teóricamente presidencialista en el que, paradójicamente, el Congreso se yergue en muchos aspectos como el primer poder del Estado.

Lo que quiero decir es que la actitud beligerante del Congreso era del todo previsible si consideramos que la oposición a Castillo tenía la mayoría y estaba alentada por los empresarios más comprometidos con las opciones del golpismo.

Castillo sabía qué asperezas lo esperaban, qué desprecio viejo alimentaba a sus peores enemigos. No ignoraba, por otro lado, cuánto esperaba el pueblo de su gestión.

Por lo tanto, Castillo debió cuidarse mucho. Desde la perspectiva de la derecha, no era la severidad quien lo iba a juzgar. Era el odio. Y en otros sectores, lo que había era miedo. Un miedo razonable si se tiene en cuenta las experiencias inflacionarias del populismo en América Latina. Un odio del todo explicable si se considera que el partido por el que postuló el presidente es propiedad de Vladimir Cerrón, un líder centroandino que sigue creyendo que el modelo cubano es lo más próximo al paraíso en la tierra.

Yo entrevisté al presidente Castillo a principios de este año -fue la primera vez que enfrentó preguntas directas de un periodista- y la impresión que tuve, y que el diálogo recogió, fue la de alguien que podía tener buenas intenciones pero muy pocas ideas. Fue también claro que, en algunos casos, el presidente no sólo ocultaba su pensar verdadero sino que, abiertamente, mentía.

El asunto, respetable señor Almagro, es que poco después empezaron a descubrirse extrañas reuniones, misteriosas asignaciones presupuestales, licitaciones dirigidas y, sobre todo, un amplio círculo de privilegiados que, precisamente, estaban sacando suculento provecho de la situación.

En el Perú el hábito de robarle al Estado es una tradición. La derecha lo ha practicado desde que somos república y la izquierda, fatalmente, ya había dado muestras de debilidad moral con el mandato municipal de la señora Susana Villarán, que de pretendida Pasionaria pasó a ser pensionaria de algunas constructoras brasileñas.

Pero, en fin, nadie esperaba que Pedro Castillo Terrones fuese tan rápidamente vulnerable como sujeto de una investigación fiscal.

Está probado que la casi totalidad del entorno más cercano de Castillo hizo uso turbio de su posición en el escalafón público para favorecer a amigos y financistas electorales. Es verdad que los ministerios de Energía y Minas y de Vivienda y Construcción fueron los centros de operaciones de estos negocios condenables y perseguibles por la justicia. Es también cierto que la conexión directa de Castillo en esos enredos indecorosos no está¡ probada, pero lo que sí­ es indiscutible es que el presidente ha hecho todo lo que está a su alcance para sabotear la investigación en su contra y mantiene un silencio decidor respecto de quienes están prófugos después de haber sido su gente de confianza.

No es posible imaginar que el presidente no estuviese enterado de que su cuñada o su sobrino actuaban como lobistas o intermediarios en la asignación de algunas obras públicas. No es aceptable que una persona inocente no haga un deslinde público e higiénico con quienes, como su sobrino y un exministro preferido, han huido del fuero de la justicia.

Es cierto, por otro lado, que la Fiscal de la Nación está siendo alentada por la oposición más radical y que la denuncia contra Castillo demuestra su poco interés en respetar el ordenamiento constitucional. Es también cierto que ella protegió escandalosamente a su hermana, acusada de haber liberado a narcotraficantes cuando ejercía de jueza en una corte penal. Pero nada de eso invalida la certeza de que el señor presidente de la república creó -o permitió que se creara- una maquinaria palaciega destinada a festinar trámites y favorecer económicamente a algunos de sus allegados. Al fin y al cabo, señor Almagro, lo mismo había hecho en la región Juní­n el maestro político de Castillo. Me refiero a Vladimir Cerrón, autor de un festí­n presupuestal cuando fue gobernador.

El gran problema para Castillo es que quienes lo están acusando fueron funcionarios de su gobierno. Castillo está siendo embarrado por quienes estuvieron en su cercanía y ahora aspiran a la benevolencia. ¿Hubieran procedido a prestarse a delaciones muchas veces confusas si la fiscalía no los hubiese apresado como medida de coerción? Seguramente que no, pero no es dable suponer que una persona inocente pueda prestarse a contar lo que no es cierto para obtener concesiones que no necesita.

La Fiscal de la Nación es una persona que va de la ferocidad al ridí­culo con paso de polka y el abuso de la prisión preventiva ha desfigurado la justicia en el Perú, de eso no hay duda. Pero eso no cambia la situación comprometida del presidente en los hechos que son materia de investigación.

La democracia está en peligro permanente cuando los partidos políticos doctrinarios se extinguen y son reemplazados por vientres de alquiler dedicados a albergar oportunistas de toda ralea. También está bajo amenaza cuando organizaciones de probado pasado criminal, como el fujimorismo, merecen el apoyo de un sector significativo de la población. La democracia se tambalea cuando el debate deviene intercambio de insultos y la palabra consenso se deporta del léxico político. A la derecha, es cierto, jamás le interesó la democracia y le importará un rábano el perfil ético de Castillo si este fuese un presidente conservador y anuente.

Pero la democracia también está en emergencia cuando el presidente de la república no honra el cargo y cree que el quinquenio de mando que le dieron los votos es un lustro de impunidad y blindaje. Castillo tiene grandes enemigos que lo condenaron desde el primer momento. Eso está claro. Pero también me parece indispensable decir que el enemigo más grande que ha tenido Castillo en estos meses ha sido él mismo. Este complejo panorama es el que su organización deberá examinar.

Muy atentamente,

César Hildebrandt

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 608 año 13, del 21/10/2022, p16-17

https://www.hildebrandtensustrece.com/

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