Perú: El Bocazas

Juan Manuel Robles

Por supuesto que es un desastre tener en el sillón municipal a Rafael López Aliaga, pero creo que es tiempo de poner paños fríos y ver en su real dimensión a este hombrecillo sonrosado que irrumpió en el panorama político nacional como un chiste y, hoy, flamante alcalde, pasa a la categoría de broma de mal gusto. Yo sé que no hay que minimizar el avance del fascismo en estos tiempos. Yo sé que hay quien tiene temor.

Pero una cosa es la ultraderecha y sus odios, sus arremetidas, sus conexiones internacionales, su plan global en marcha, sus disfraces negros, y otra cosa es Rafael López Aliaga, un oportunista de los que pesca a río revuelto. Un funcionario obediente del sistema combi de organizaciones políticas, exhombre de Castañeda que bucea bien en ese entramado turbio en que la ideología es lo de menos.

Digo: tengo dudas de que López Aliaga sea el caudillo ultraderechista que el fascismo peruano de la cruz de Borgoña y el golpismo está buscando (y cree haber encontrado). No porque sea un buen tipo: sus acusaciones de evasión tributaria no han sido suficientemente aclaradas, su falta de escrúpulos se vio patente cuando declaró que había que subir el dólar a seis soles para desestabilizar a Castillo, su inhumanidad emergió feo cuando dijo que a las niñas víctimas de violación había que regalarles la estadía en un hotel cinco estrellas para que desistan de abortar. Pero el conservadurismo radical antiderechos no le durará tanto a alguien que, como él, en la vida solo aprendió a hacer negocios.

Entiendo los mensajes incendiando el Twitter con lo de “Lima medieval” pero tal vez estamos cayendo en el mismo error de la derecha bruta cuando rotula a Castillo como “el comunismo”. Vamos a calmarnos.

A López Aliaga le falta muchísimo para ser un carismático de la ultraderecha como los que han surgido en el continente: ni ha capitalizado el descontento por el desempleo y la pobreza, ni ha generado un orgullo nacional identitario que sepa encauzar; ha tenido tiempo y plazas para hacerlo, pero no prende. Es un bocazas de la intolerancia, la familia, la tradición y la Virgen, pero al final del día, peruanísimamente, cumple bien el pacto infame de hablar a media voz. La felicitación amistosa de Alejandro Cavero, congresista abiertamente homosexual y activista LGTBI, nos dice de qué se trata todo esto. Unas consignas contra la “ideología de género” (sic), regidores y funcionarios cercanos a “Con mis hijos no te metas”, pero a la hora de la hora hablamos de un magnate del turismo que transa y vende. Lo dijo IDL-Reporteros cuando era candidato presidencial: el empresario se llenaba la boca al hablar de la conspiración de George Soros pero años atrás él mismo había declarado a Soros como accionista de una de sus empresas.

López Aliaga es uno de esos empresarios que, para ser líder de la derecha en estos tiempos, supo que debía agenciarse de un sancochado ideológico que provoque y pegue. Trumpito. Bolsonarito. Pero hasta el odio hay que saber inspirarlo y a él le falta arrastre —ha ganado con un voto menor al ausentismo, es el alcalde electo con menor votación de las últimas décadas—. Carece de asesores que lean culturalmente al país (en otros lares, el trabajo simbólico es fundamental entre los fachos). López Aliaga tiene un marketing ideológico hecho a la mala. Es tan burdo lo suyo que aceptó Porky como chapa; y la chapa es buena, pero suficientemente trivial como para caer espesa en medio año de gestión, con la mayoría de la ciudad en contra.

¿Cuánto tiempo puede López Aliaga seguir pidiendo la vacancia sin hacer el ridículo? ¿Cuánto tiempo puede seguir exigiéndola si esta no ocurre (como no ocurrirá)? ¿En cuántos meses se verá lo incómodo que es que le diga “burro” al presidente? Una cosa es enfrentarse desde la alcaldía a un gobierno central autoritario lleno de poder (como hizo Andrade con Fujimori). Otra, sumarse a un cargamontón errático, encarnado por el Congreso: la marabunta más impopular del Perú. Y ya algunos se lo han advertido: en un país de vacancias, revocatorias y adelantos de elecciones, mal hace el alcalde electo en escupir al cielo.

La distancia de López Aliaga con los conservas extremistas se irá agrandando cuando el pragmatismo ahogue las ínfulas, cuando el entusiasmo de los medios que lo usan como una pieza para el golpe se den cuenta de que no habrá golpe; cuando lo abandone una derecha que no quiere quemarse (y que se dividirá en el momento que Keiko decida que pensó mejor eso de la presidencia); López Aliaga hará más o menos lo que han hecho otros alcaldes: medidas de orden que serán flor de un día, desalojos rimbombantes, alguna ordenanza inverosímil rebotada por la BBC, cierta declaración provocadora para no perder la costumbre. Después de eso, a remar y a pactar.

Por supuesto, el avance antiderechos sí es un peligro en el país, y la municipalidad, con sus competencias, puede sumar a esta pesadilla. Pero pensar que López Aliaga es determinante en ese fin es un error de lectura (una narrativa seductora pero floja). El peligro intolerante está aquí hace tiempo, simplemente porque el conservadurismo es, hoy por hoy, uno de los pocos consensos de las fuerzas políticas en el Perú, tanto en el Congreso como en el Ejecutivo. Esa fue nuestra derrota: insidiosa, lenta. Esa es la evidencia de que las élites pensantes y las personas sensibles dejaron que los depredadores los desplazaran: tal vez por adormilarse, tal vez por conformarse con que la única acción política fuera negarle a Keiko el sillón presidencial.

Al final, hasta me gusta que haya ganado López Aliaga. No porque le tenga un mínimo de simpatía (como es obvio), sino porque un giro final en el conteo —como casi pasa con Urresti—, o una remontada del tercer candidato en los últimos días, hubiera generado una ilusión de mal menor, de que nos “salvamos” del facho. De que cumplimos el trabajo de la jornada electoral: la democracia funciona. No, la democracia no está funcionando. Hace tiempo que tenemos las opciones políticas capturadas por organizaciones que hackean el sistema, con abogados y funcionarios públicos afines, para tener vigentes sus inscripciones y abrir sus puertas al mejor postor, el que quiera pagar para modificar leyes en una espeluznante cadena de favores. Es un sistema que vemos ajeno porque nos lo han hecho ajeno.

Dos semanas más, y estoy seguro de que los amigos progresistas se ponían las pilas para colocar a Forsyth, encontrándole virtudes que no tiene, y hoy habría gente diciendo que Lima “se libró” del fascismo, del conservadurismo extremo. Mentira. No se habría librado de nada ni con el arquero ni con el capitán. Los actores son los mismos. La agenda, también.

Lo que sí es de temer, más que el Medioevo, es justamente ese consenso, esa mirada común, esa coincidencia de principios y valores de las tres fuerzas que ganaron la elección municipal (algunos de los cuales vienen de la organización contraria, full camaradería). Ese consenso tiene hoy mayoría para tomar decisiones, y entra con hambre.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 606 año 13, p14

https://www.hildebrandtensustrece.com/

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*