Perú: Fango y espejo

César Hildebrandt

Lo peor de Pedro Castillo, lo que más rechazamos, es lo que tiene de espejo.

Lo vemos, lo escuchamos, lo juzgamos y lo que vemos, juzgamos y escuchamos es el Perú que hicimos a pulso en todos estos años de fractura y destrucción.

Castillo es el fracaso que tuvo éxito. La prueba de su gran marcha victoriosa, desde el toledismo viscoso y el movadefismo oportunista, es que hoy habita el palacio desde donde se solía, a veces, gobernar. Es la revancha que se toma el azar, supuesto aliado del Perú.

Habla mal el presidente, como un gran porcentaje de peruanos. Nada más auténtico y nacional en estas comarcas que dinamitar el español. Fujimori lo hacía y muchos lo amaban precisamente por eso. El rencor social tiene muchas expresiones.

Piensa torcido Castillo, del mismo modo que lo hará la abrumadora mayoría de escolares de secundaria que están al final de la cola sudamericana en las pruebas de comprensión de lectura. Piensa Castillo tan torcido, en todo caso, como los que le creyeron en la campaña electoral.

Es inescrupuloso el señor presidente y en eso se parece al criollo genérico que te esquilma si puede, que jamás cumple su palabra y que jura que es inocente mientras sostiene la pistola humeante. ¡No nos ganan!

Castillo sale de la escombrera izquierdista y sindical. Esa izquierda empezó con Haya y Mariátegui y ha terminado con Alan García y Pedro Castillo. En el camino quedaron paraísos de la igualdad amordazada, muros derribados, mitos disueltos, toneladas de cadáveres mundiales.

Que la derecha no se alegre. Porque Castillo llegó al poder compitiendo con Keiko Fujimori, que es la versión filipina de una derecha que tuvo en el pasado otra clase de intelectuales y representantes.

Así como Castillo nos encarna –y eso duele–, el Congreso nos representa. Sí, señor. Sus esperpentos balbuceantes, sus lobistas a destajo, sus damitas de la matiné fujimorista, la vermú acuñista y la noche del populismo hecho pedazos, ¿vienen de Marte? Son el nuevo Perú profundo: el desastre de la educación pública (y muchas veces privada), la extinción de los partidos como usinas de la política, la corrupción generalizada.

Castillo y el Congreso son lo que somos. Sin embargo, con más hipocresía que nunca, los tratamos como distantes y usurpadores.

¿Fuimos un país culto alguna vez? Es una pregunta difícil de responder sin incurrir en algún tipo de patriotismo. Lo que sí puede decirse, sin asomo de duda, es que fuimos mejores. Y ahora somos esto: Castillo, el Congreso de los Luna y el fujimorismo, los candidatos de estas elecciones cenicientas, la peste de la mediocridad matando todo asomo de nuevos horizontes, los muchachos que buscan largarse, la violencia que nos arrincona, la prensa herida de sucios intereses.

Este es un gobierno que no puede comprar urea, que no puede entregar pasaportes, que usa aviones de la Fuerza Aérea para encubrir a parientes del presidente prófugos de la justicia. Este gobierno es un asco.

Pero este es también el país donde la Fiscal de la Nación, la que persigue los crímenes del presidente, defendió a su hermana, acusada de liberar a meganarcos por dinero, botando a la magistrada que tenía a su cargo la investigación. Y eso es otro asco.

De modo que no finjamos más. El fango nos preside.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°605, del 30/09/2022   p12

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