Perú: Maldiciones

César Hildebrandt

“Hemos perdido todo”, dice el hombre.

“Nada nos ha quedado”, dice la mujer.

Lo que el huayco se ha llevado es una habitación de madera balsa, caña brava, cartón y restos de hojalata. Dentro de ella había un camastro, una cocina de dos hornillas, baldes, cucharas de palo, detergentes.

Así viven millones de peruanos. Son los que dan votos pero no son prójimos.

Son los millones de condenados por el sistema que –dicen– nos llevó a la prosperidad.

Son los que la derecha no quiere ver, los que Fujimori escondió, los que el momiaje de todos los colores quisiera desaparecer (no vaya a ser que se den cuenta y salgan a protestar).

Pero no desaparecen. Están allí, con la tenacidad de las estaciones y la voluntad de las hormigas. Viven discretamente, mueren como si no hubieran nacido, sobreviven entre las siete plagas y compran agua en cisternas. Duermen temprano porque cuando no hay luz tampoco hay televisión. Comen poco lo que haya y lo que llene y la mayor parte de sus niños, carentes de proteínas en los primeros años, repetirán el ciclo y engendrarán a los miserables del futuro.

Son invisibles para la gran prensa hasta que llegan los lodos y las riadas. Entonces salen en la tele. Son los extras convertidos en protagonistas, los que emergen de una correntada, los que rescatan a un hijo de un remolino de tablas y menajes de plástico. Llenan la tele con sus historias tristes que apenas pueden narrar. Saben que cuando se termine todo, el olvido los volverá a llamar a filas. Piden ayuda y aparece un alcalde con latas de atún. Pero se han pasado toda la vida pidiendo y algunos están hartos e imaginan un saqueo vengador y multitudinario, un acto de justicia bíblica.

Maldigo a un sistema que normaliza estas condiciones. Maldigo la crueldad de un país que vive, sin culpa, con millones de sus ciudadanos sometidos a la cadena perpetua de la extrema penuria.

¿Quién los juzgó? ¿Quiénes los condenaron? ¿Dónde fueron a parar sus apelaciones?

No hubo debido proceso. Si eres hijo de miserables, se supone que no debiste nacer. Y si tuviste la imprudencia de nacer, pues lo casi seguro es que no abandonarás la gravedad jupiterina de la pobreza hereditaria. Esas son las reglas. A lo Neruda: “y sin apelación, perro sarnoso”.

Maldigo a un sistema que produce abismos y que luego los tapa con editoriales y estadísticas.

Pero entonces vienen la lluvia, los ríos y la furia y nos recuerdan de qué barro estamos hechos. La naturaleza, en todo caso, es mucho menos impía que el sistema que todos los días activa las quebradas de la injusticia.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 627 año 13, del 17/03/2023, p16

https://www.hildebrandtensustrece.com/

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*