Perú: el bastión del fascismo en la región

Laura Arroyo Gárate

En las últimas horas, el Lugar de la Memoria ha sido clausurado de manera arbitraria evidenciando los avances en la cadena de censuras de este régimen. Una cadena que no empezó este martes con el cierre del LUM, sino hace meses con -los muy poco mediáticos- allanamientos al local de la Confederación de Campesinos del Perú o al del partido Nuevo Perú por citar dos. Casi al mismo tiempo, el régimen de Boluarte ha avanzado un paso más en el aislamiento regional al que encamina al Perú al retirar, esta vez, al embajador peruano de Colombia por “injerencia extranjera” cometida por Gustavo Petro, mientras que el brazo legislativo del régimen, le ha prohibido la entrada a los miembros de la Misión de Solidaridad Internacional y Derechos Humanos que incluye a diputados argentinos, nuevamente, por “injerencia”. En las mismas últimas horas desembarcaron en Lima los representantes del nazismo en España (VOX), de la ultraderecha conservadora mexicana y del golpismo ultraconservador boliviano con la hija de Jeanine Añez, Carolina Ribera Añez, como principal portavoz a la que, por cierto, podemos leer en una extensa y concesiva entrevista en el diario legitimador de estos grupos, Perú21. En este caso, la “injerencia extranjera” fue recibida con un “¡Viva VOX!” enunciado por el Alcalde de Lima, Rafael López Aliaga. Ninguno de estos hechos constituye un episodio aislado ocurrido en horas simultáneas. Por el contrario, nos encontramos ante una red de sucesos interconectados entre sí y que responden al mismo objetivo político.

El desembarco de la extrema derecha en Perú no es un hecho arbitrario ni menor. Y no sólo por lo escandaloso que resulta que un partido político como VOX tenga la posibilidad de difundir sus mensajes racistas, intolerantes, de odio y fakenews, sino porque no visitan gratuitamente la capital peruana. El Foro Madrid no es otra cosa que la puesta en escena de la internacional reaccionaria -esa alianza entre fuerzas políticas de extrema derecha, think tanks y organizaciones de disputa ideológica, directores de medios de comunicación especialistas en la propagación de información falsa, organizaciones religiosas extremistas, referentes de opinión internacional como es el caso de Mario Vargas Llosa, etc.,- con el fin de demostrar músculo en la disputa ideológica internacional en la que nos encontramos. VOX se encuentra particularmente interesado en Perú y no porque le gusten nuestros paisajes ni nuestra gastronomía. Tras la derrota de Jair Bolsonaro en Brasil, y con la asunción de Dina Boluarte como la Presidenta de una dictadura cogobernada por todos los poderes peruanos, Perú se ha convertido en el bastión de la extrema derecha internacional en nuestra región.

Este rótulo es tan preciso como alarmante anuncian los vientos que vienen en nuestro país cuya dictadura tiene como avales internacionales a los mayores exponentes del retroceso en derechos que deberían ser consensos democráticos, de la discriminación racial y de género, del autoritarismo como forma de gobierno y, por supuesto, de la justificación de asesinatos bajo todos estos preceptos. Como vemos, el proyecto político de VOX y el de Boluarte y su coalición de gobierno es el mismo. Fin del consenso democrático con un golpe de estado de los poderes que perdieron en 2021, la discriminación racista evidenciada en el tipo de sujeto que es asesinado por la represión injustificada dirigida especialmente a campesinos, quechuas y aimaras, el autoritarismo ejercido desde Palacio de Gobierno, pero también el Congreso de la República, el sistema judicial útil a la dictadura, el poder mediático silencioso, el poder económico como aval, etc., y esos más de 60 peruanos y peruanas que ya no están entre nosotros y que para este gobierno, sus aliados y para una parte de la élite ilustrada, no justifican ni sacar a Boluarte, ni cerrar el Congreso, ni llamarlo dictadura, ni calificar al régimen de fascista.

Hace unos días, precisamente en una charla dedicada a hablar de las extremas derechas en Perú, comentaba que no se trata de un universo de partidos políticos con proyectos radicales. La extrema derecha es, en realidad, una cosmovisión que incluye a los partidos políticos, pero sobre todo despliega su potencia gracias a los otros poderes -sobre todo el poder mediático- que les abren las puertas a sus mensajes amparándose en una mal entendida “libertad de expresión” y naturalizando por tanto estos discursos en la agenda pública. Por ello, es importante delinear con precisión el tipo de gobierno que (sobre)vivimos en Perú señalando el carácter dictatorial y fascista del régimen de Boluarte pese a que hay quienes consideran que ambas resultan exageraciones pues “todavía” existen espacios de debate y disenso, medios alternativos o vestigios de institucionalidad precaria. La realidad, lamentablemente, es la que confirma el diagnóstico. El cierre del LUM es sólo un paso más en una cadena de acciones iniciada antes del 7 de diciembre. En el caso de la dictadura de Boluarte, además, con más de 60 asesinados por la represión y sus efectos, y con las alianzas que construyó para erigirse como presidenta, el carácter ultraderechista de su mandato era una obviedad esperando a confirmarse más pronto que tarde. Y en ese escenario donde el fascismo está en Palacio de Gobierno ya estamos hace rato.

Habrá quien piense que la disputa contra la extrema derecha puede darse en el terreno de lo conocido. En el escenario de la política como debate, del diálogo como forma o del respeto como norma. Me temo que hay malas noticias. La política, para comenzar, siempre ha sido un escenario de disputa y no de conciliación, sin embargo, los consensos alcanzados a nivel internacional -nos gusten más o menos- han llegado a su fin precisamente por la acción y la política desplegada por las extremas derechas. El gran consenso democrático a nivel internacional -un consenso bastante mejorable, pero consenso al fin y al cabo- se ha demostrado completamente quebrado. Donald Trump fue fundamental para ello. Y, por eso, las extremas derechas constituyen hoy la principal amenaza a las democracias a nivel mundial. Democracias que utilizan para llegar al poder y acabar con ellas o, como en el caso peruano, democracias cuyos cimientos tuercen para lo mismo. Así, buscan instaurar regímenes que recorten derechos, cercenen libertades, criminalicen a cualquier disidente y, en última instancia, los silencie para siempre mediante el uso de la fuerza. De detener arbitrariamente a un líder social a ilegalizar un colectivo, un partido, un discurso o una opinión. ¿Acaso en Perú no está pasando precisamente esto?

Pero las extremas derechas no son en realidad una versión diferente o nueva de las posiciones de poder en los países. Por el contrario, son el último recurso de las élites cuando pierden el poder o, incluso, un poco de poder. Lo vimos en Brasil, lo vemos en España y lo vivimos en Perú. Nada queda de las derechas con las que se podía discrepar ideológicamente, pero acordar líneas rojas dentro del consenso democrático. Y esto no ocurre sólo con el surgimiento de partidos fascistas como Renovación Popular, la suma a esta cosmovisión reaccionaria por parte del fujimorismo (que de democrático no tuvo nunca, ni cuando su líder fue a Harvard a mentir con el aval de ciertos politólogos ingenuos), o el envalentonamiento de movimientos fascistas como La Pestilencia, Los Insurgentes, etc. Esto lo vemos también en la ruptura interna de partidos con cierta trayectoria democrática como Acción Popular cuya figura de mayor peso mediático hoy, Maricarmen Alva, se encuentra en la clausura del Foro Madrid abrazando al fascismo del que es hermana. Y, sobre todo, esto lo vemos en la orquesta de complicidad de todos los poderes peruanos que entienden que asesinar es válido si con ello preservan lo que realmente está en juego: el modelo. Las extremas derechas han sido históricamente capitalistas y, hoy, neoliberales. No tienen ningún carácter transformador. Por el contrario, su esencia es conservadora y, por lo mismo, buscan preservar el modelo mediante el cual la desigualdad es una norma, la precariedad es costumbre, el “sálvese quien pueda” es doctrina y las élites son las que mandan. De ahí su disputa con lo que llaman “comunismo”, un rótulo vacío en donde incluyen a cualquiera que hable de presencia del Estado, de garantizar derechos o ampliarlos, de exigir que se respete el voto de todos y todas por igual, y que, en última instancia, se ensanche la democracia. De ahí también, por su afinidad con el modelo que siempre defendió, es que podemos ver a un Mario Vargas Llosa involucionar y pasar de denunciar a la dictadura fujimorista a abrazarse con Abascal (VOX) y con Boluarte. Es el modelo lo que defienden. Son los privilegios los que están en juego. Si la democracia opera en contra de ellos, renuncian a la democracia por supervivencia. Está claro que las derechas -hoy extremadas- tienen mucha conciencia de clase.

Es verdad que el cierre arbitrario del LUM constituye una clausura conveniente ya que se realizó horas antes de que se presentara el informe de Amnistía Internacional. Un informe que da cuenta de las violaciones a los Derechos Humanos perpetradas sistemáticamente por el régimen de Boluarte. Pero este no es el único ni el principal motivo. De hecho, la publicidad que cobró el informe fue un premio consuelo tras esta arbitraria censura, pero no por eso supone una victoria. No es un edificio lo que se clausura, sino lo que representa: el encuentro físico con la historia y, por tanto, el ejercicio de la memoria desde un proceso en presente y no en pasado. La extrema derecha sabe muy bien que la disputa ideológica ha de darse precisamente en los escenarios de construcción de sentidos comunes a partir de nuestras propias narraciones del pasado y del presente. De ahí que sustenten su difusión discursiva en propaganda sesgada y, sobre todo, en la corrupción de la verdad (fakenews). La narrativa es potente. El discurso construye y destruye. Las palabras determinan no sólo lo que decimos de nosotros, sino lo que somos. Que nos disputen los significados de “libertad”, “progreso” o “democracia” no es otra cosa que la evidencia de esta estrategia con la que no se puede debatir, sino sólo combatir. Deberíamos tomar nota de las lecciones. Como bien señala en un hilo de tuiter Martín Soto, durante el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski vimos cómo la extrema derecha presionó al entonces Ministro de Cultura, Salvador del Solar, para censurar una muestra en el LUM. En aquel momento, hubo quienes pensaron que lo mejor era conciliar y conceder. Para evitar la confrontación, se retrocedió. De aquellos polvos estos lodos. Se entregó la cabeza del director del LUM, Guillermo Nugent y hoy vemos cómo un paso atrás en la memoria significa abrirle la puerta a los fascistas. Por ello, no podemos permitir que la verdad se ponga a debate. Los hechos no se polemizan. Al fascismo y su discurso sólo cabe cerrarles el paso.

La internacional reaccionaria nunca llega silenciosamente, todo lo que ha ocurrido en las últimas horas -pese a que sólo la clausura del LUM cobra un cierto protagonismo mediático- son los ecos de sus tambores sonando fuerte y claro en nuestras costas, y con los aplausos, selfies y declaraciones emocionadas del fascismo local representado por Muñante, Chirinos, Tudela, Cueto, Alva y todo el listado largo que ya conocemos. Pero hay una palabra que combate al fascismo mejor que ninguna otra: DEMOCRACIA. Esa palabra que reivindican a diario desde hace más de cien días peruanos y peruanas en las calles pese al terruqueo mediático, la represión policial, el asesinato invisibilizado por los poderes, las mentiras del gobierno, la insensibilidad del Congreso y la complicidad del poder económico. Decía Bertolt Brecht que “cuando la verdad sea muy débil para defenderse debe pasar al ataque” y en Perú, quien mejor está leyendo el momento político, al adversario que tenemos en el poder y defiende la verdad, la memoria, la justicia y, por tanto, la democracia es ese Perú movilizado que ya es el mejor frente antifascista. Pero en ese espacio potente y admirable todavía no están todos. Faltan quienes dudan, quienes se asustan, quienes hacen equidistancia, quienes hablan hoy más del cierre del LUM que en tres meses de los 60 muertos. Siempre será una buena noticia que esto cambie. Están tardando, pero todavía no es tan tarde. La defensa de la democracia está en las calles del país desde el 7 de diciembre. Ya va siendo hora de que en esa defensa no falte nadie.

Foto: La Noticia

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