Perú: La toma del LUM

Juan Manuel Robles

De todos los imbéciles que celebran el cierre del LUM a manos de unos policías municipales, los que me llaman más la atención son los que admiten que nunca han visitado el museo, que todo lo que saben de él es por la “prensa”, pero que les fascina ver a los caviares y a los progres llorando. El “llanto” caviar fue celebrado explícitamente por “Expreso”, aquel diario que fue boletín de Vladimiro Montesinos previo pago a Calmell del Solar y que hoy sirve a la sobrina Keiko. El festejo de esta gente es la muestra de su conocida intolerancia y cierto alucinado ánimo de limpieza conservadora, desatado por el golpe de Dina Boluarte. Que el cierre haya sido municipal, con sticker gigante en la puerta, refuerza esa idea de clausura de un local que atenta contra buenas costumbres, que se cierra como las discotecas de ambiente o los sexshops; en este caso, un antro de perdición caviar.

El caso es que el LUM no es un espacio caviar. O progresista snob, o de izquierdistas de café (como quieran llamarlos). Podrán serlo algunos de sus eventos y varias de sus presentaciones de libros, ciertas muestras con arte contemporáneo un poquito literal —y feo—; podrán serlo sus asesores y críticos que hablan en difícil sobre la memoria del cuerpo lesionado que trasciende las heridas políticas, o investigadores demasiado complacientes con la academia norteamericana, podrán tener un montón de ceremonias donde hay demasiadas sonrisas luego de un discurso sobre desapariciones y hallazgos forenses. Podrá existir toda esa caricatura que les encanta denostar. Pero el recinto, su vida cotidiana, va más allá. Es un lugar democrático, un sitio lleno de significado que cumple su función urbana como espacio público de convergencia, en la ciudad. Ha conseguido serlo contra viento y marea.

El LUM empezó con todo en contra. Gracias a la donación de Alemania en 2009, iba a ser un museo de la memoria para mostrar estampas del horror peruano: la violencia homicida de terroristas subversivos y terroristas militares que había sido extensamente documentada en el informe de la CVR (y por la prensa independiente durante el conflicto armado). A pesar de que, siguiendo el argumento base del informe, el museo concibe a Sendero Luminoso como iniciador de la agresión terrorista contra el Estado, los militares y la derecha se opusieron.

El primero en rechazarlo fue Alan García —involucrado en una matanza a subversivos presos rendidos durante su primer gobierno—, que luego tuvo que recular, con la clásica escopeta de dos cañones. Como era un proyecto “polémico”, las concesiones para contentar a todo el mundo aparecieron desde el origen. Mario Vargas Llosa, presidente de la comisión encargada, propuso, para calmar los ánimos, cambiar el nombre de “museo” por “lugar”, lo cual le quitó una marca reconocible en experiencias cercanas como Chile y Argentina. Tiempo después, al nombre se le añadió “de la memoria, tolerancia e inclusión social”, que fue una forma poco sutil de quitarle protagonismo a lo importante: la palabra con m.

Además, ningún alcalde quería tener el museo en su distrito. Se descartó el Campo de Marte por presiones de militares. La Municipalidad de Miraflores terminó cediendo un terreno alejadísimo, distante de los parques y grandes atractivos del distrito, en una parte del acantilado donde todo se oculta tras la neblina. Qué lugar recóndito, casi imposible de alcanzar caminando, entre una avenida sin gracia y la nada peatonal Costa Verde.

Seguramente, los que no querían un museo de la memoria celebraron, pensando que esos condicionamientos, esos cambios forzosos, iban a condenar al LUM a un destino opaco y menor: un recinto para caviares, muerto, fuera de la realidad. Sin poder de influencia.

Se equivocaron.

El museo hizo suyo el espacio, y el público empezó a llegar, no por ninguna campaña ideológica sino por la sencilla razón de que somos un pueblo que sigue buscando respuestas íntimas en el pasado público. ¿Han sabido de la cantidad de jóvenes que llegaron a conocer qué pasó con sus padres al ir por primera vez al LUM, porque en casa el trauma había silenciado la historia? Nunca olvidaré la reacción de la actriz Magaly Solier cuando vio la muestra Yuyanapaq (que si bien estuvo en varios locales aparte del LUM, es parte del esfuerzo de la CVR), gracias a un video del entonces joven Marco Sifuentes. Allí, en las fotos, Solier encontró su pueblo y recordó a sus muertos. Descubrió también, en una imagen, algo de lo que nunca le hablaron: un edificio en cenizas en una calle llamada Tarata. Jóvenes que nacieron a fines de los noventa —y después— descubrieron el horror del conflicto armado en este recinto. El lugar de la memoria era túnel del tiempo y tren del horror; incómodo y necesario.

Algunos lo descubrieron de casualidad, porque, como todo espacio cultural, el LUM también empezó a ofrecer otras actividades, como la proyección de películas. Yo que nunca deseé nada de los tiempos del boom gastronómico del nuevo siglo, siempre he pensado que me hubiera gustado ser adolescente en esos años y conocer el LUM en patota. O mejor, caer en el LUM.

El LUM ha pasado toda su historia presionado, pagando “cupos” a militares matones, diciendo más “época de terrorismo” que “conflicto armado” en sus redes sociales, todo para prevalecer. Aun así, los radicales celebran el atentado que lo acaba de cerrar.

Son pasquines con nostalgia montesinista pero sin memoria, que apuestan por la amnesia sobre esos años y también por la futura impunidad de las matanzas de hoy. Es gente como Óscar López Meneses, operador político de Vladimiro Montesinos, que ha dicho que quiere que el LUM sea tomado por la Policía para ser un puesto de salvavidas para los bañistas de la playa. No es que crean realmente que el LUM es “pro terruco”. Lo que les molesta es que, a pesar de todas las presiones, el museo siga mostrando también, entre tanto horror, una victoria de la sociedad peruana: la caída del autócrata Fujimori, los vladivideos de la vergüenza. Ese triunfo nuestro está ahí para la posteridad. Lamento decirles que allí seguirá, en el museo y en nuestras mentes, aunque vengan los serenos a cerrarnos el local.

31-03-2023

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 629 año 13, del 31/03/2023,    p11

https://www.hildebrandtensustrece.com/

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