Perú: Autoentrevista

César Hildebrandt

-Ha llegado usted a la vejez y es notorio que el mundo es ahora peor que cuando empezó su carrera. ¿No se siente angustiado también por eso?

-No creo que el mundo esté peor. Es el mismo de siempre pero sin grandes líderes ni ideas fuerza. No hay ilusiones sobre nada y quizá eso sea mejor para todos.

-¿Por qué mejor para todos?

-Porque hemos desnudado nuestra naturaleza depredadora, el carácter salvaje de nuestra codicia. Al animalizarnos hemos puesto, en el fondo, una cuota brutal de honestidad y hemos rechazado el mito del progreso, las fábulas de la superioridad humana. Ya no tenemos deberes sino apetitos. Preparamos con gran inteligencia nuestra extinción.

-¿Y eso le parece una mejoría? ¿No es la suya una versión ultramontana de Cioran?

-Cioran ha sido uno de mis educadores, pero no pretendo imitarlo por supuesto. En todo caso, el pesimismo no tiene marca de fábrica: crece en la lucidez como las peras crecen en los perales.

-¿En la lucidez o en la neurosis?

-La neurosis, como usted la llama, no es sino el vaho que despide el mundo que hemos creado. Es imposible ser ruidosamente feliz en un mundo así.

-Pero hay razones también para el optimismo. Vivimos más, tenemos tecnologías que ni siquiera el futurismo extremo pudo imaginar, las democracias liberales ya no son una excepción…

-Pregúnteles a los franceses que salen a pelear en las calles si todo eso que usted ha enumerado les alcanza. Pregúnteles a los europeos más informados si servir de comparsa en la OTAN los hace felices. Pregúnteles a los peruanos que hacen cola para atenderse en el sistema público de salud si el futuro del mundo les reconforta…

-Pero con esa lógica la penuria siempre saldrá triunfante. Los franceses protestan por dos años más de jubilación subvencionada. La servidumbre a la OTAN es el costo que Europa paga por dos guerras mundiales consecutivas. Y en relación al Perú, antes ni siquiera existía un servicio de salud extendido donde hacer colas…

-La escala de la pesadumbre es variada y engañosa. El estado del bienestar se está cayendo a pedazos no sólo en Francia, la OTAN es un escudo para el apocalipsis con el que Europa coquetea siempre y la expectativa de una salud constitucionalmente protegida es una farsa en países como el nuestro. Como verá, todo depende del cristal con que uno mire.

-Pero el suyo es siempre un vidrio opaco, una lámina que rechaza la luz. ¿En algún lugar del mundo y en alguna época habría sido usted feliz?

-¿Y por qué cree que soy infeliz? Soy feliz a mi manera descubriendo que el ser humano, por lo general, con excepciones grandiosas, no vale la pena y comprobando que la historia es una gran novela policial en la que los asesinos jamás son los mayordomos. Eso me hace prudentemente feliz. No caer en la trampa me reconforta, en todo caso.

-Pero la felicidad no es un ejercicio de la reflexión. Eso suena muy aburrido.

-El aburrimiento tiene mala prensa pero eso siempre me ha parecido injusto. Mi rutina es leer, aprender algo, preocuparme, amar a quienes puedo amar. ¿Eso es aburrido? Seguramente. La otra opción es salir de compras, ser parte de un tumulto, creer que Bad Bunny es un artista, buscar aplicaciones que meter en el teléfono, tomarle fotos al postre que me sirvieron, saber qué diablos dicen en twitter…

-Se nota que la vida moderna lo espanta…

-Me horroriza. Nadie puede hacer un estudio creíble, pero estoy absolutamente convencido de que el porcentaje de estupidez de la humanidad ha crecido de modo exponencial. Son miles de millones de estúpidos abastecidos por canallas que los tienen a raya fomentando su disfunción cerebral. “Rápidos y furiosos” va por el episodio 10…

-¿Y hay alguna esperanza de que ese escenario cambie?

-Ninguna a la vista. A no ser que usted crea que la langosta humana, con Elon Musk a la cabeza, saldrá a devorar el universo.

-Pero si piensa así, ¿por qué no se suicida?

-Porque el suicidio es una fuga. No me gusta la idea de huir ni me gusta salir de escena bajo presión. Estaré aquí hasta donde el cuerpo aguante y siendo consciente de que pertenezco a una minoría en extinción. Vivo resistiendo.

-Y en relación al Perú, ¿será inútil preguntarle si tiene salida?

-El Perú es el triunfo del fracaso, pero eso nunca lo admitirán los peruanos. Ese es su mayor problema. No somos una república, no somos una democracia y en muchos aspectos ni siquiera pertenecemos a la civilización. Pero ahí están los historiadores que encubrieron nuestras miserias, los estudiosos que se quedaron en el vestíbulo de los asuntos, los académicos que se han hecho cómplices del engaño de que somos una nación plural. No somos una nación si por nación entendemos un mínimo de compromisos y propósitos comunes.

-¿Y en eso son igualmente responsables tanto la derecha como la izquierda?

-Por supuesto, aunque la derecha nos ha gobernado casi siempre. ¿Para quiénes quiso apagar el fuego el señor general Velasco Alvarado? ¡Para los de siempre! Velasco quiso hacer las reformas que dejaran quieto al país, ajeno a la tentación de socialistas y comunistas. ¿Quiénes se beneficiaron más con su política económica y arancelaria? Los industriales, por supuesto. Y los constructores. La derecha fisiocrática, la derecha encomendera y brutísima, esa fue la que vio en Velasco un enemigo.

-¿Y Castillo no ha sido la izquierda que salió de la reforma agraria?

-La reforma agraria fue un fracaso. El agro cooperativo, el latifundio social que imaginó Velasco se vinieron abajo. El mismo Velasco me lo confesó el día que lo entrevisté: los campesinos no entendieron que debían conservar a los técnicos y hacerse de capitales. Castillo es el resumen de esa torpeza suicida.

-Pero usted luchó para que se le reconociera como presidente.

-¿Y qué quería? ¿Que me sumara a los inventores del fraude y al fujimorismo de siempre? En estas páginas fuimos los primeros en advertir a los lectores que la segunda vuelta nos ofrecía dos opciones indeseables. Como también fuimos de los primeros en dar cuenta de las tempranas señas de corrupción del gobierno de Castillo.

-¿De dónde salió Castillo?

-No vino de José Carlos Mariátegui, claro. Vino de la ruina de la educación pública y de una izquierda con vocación de turba. Su experiencia era la de un huelguista arrebatado. Cuando llegó a la presidencia lo primero que hizo fue una huelga de neuronas caídas. Quiso salir como un héroe y lo hizo por la puerta falsa después de cerrar el congreso que acabó destituyéndolo. No pasó a la historia sino al cómic.

-¿Cómo resumiría la historia del Perú?

-Empezó con un traidor llamado José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete y está marcada por el don malévolo de Judas. En la guerra con Chile, prescindiendo de Grau, los del “Huáscar”, Bolognesi, Cáceres y unos cuantos más, lo que exhibimos fue perversamente idiota y, en muchos casos, decididamente cobarde. Empezó con un traidor y hoy prosigue su paso de cangrejo con una señora que hace honor a la estirpe traicionera de nuestros políticos.

-Deprime hablar con usted.

-Tiene usted razón. Se lo agradezco.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 637 año 14, del 26/05/2023, p16

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