Perú: Respuesta Blandengue

Alejandra Ruiz León

Atacar al dengue solo con médicos nos muestra una visión incompleta de la salud pública

“¿Dengue? ¿En Perú?”, era el asombrado comentario de un conocido mío ante las recientes novedades sobre esta enfermedad. Para él, un ciudadano informado, el dengue era una enfermedad lejana y hasta erradicada. Él reconocía nunca haber escuchado de los brotes en regiones de la Amazonía y hasta ignoraba que el dengue fue una de las principales preocupaciones durante el Fenómeno del Niño de 2017. Ignoraba también la histórica presencia del dengue en nuestro país, y la asociaba con una enfermedad importada.

Es probable que este conocido mío no sea un caso único y que muchos habitantes de Lima estén preocupándose por el dengue por primera vez. Un ciudadano desinformado de los brotes de las enfermedades constituye el ejemplo de cómo solo cierta información llega a las capitales regionales debido a nuestras burbujas de información y al centralismo de nuestro país. Más preocupante aún es cuando las autoridades y los medios de comunicación también se hacen los sorprendidos y tratan al dengue como una anomalía o algo inesperado, a pesar del aumento de lluvias y de temperatura en diversas zonas de nuestro país.

Los brotes de dengue han sido una constante en el Perú desde 1990, cuando se produjo una emergencia sanitaria en diversas ciudades de la Amazonía. Según el artículo Primer brote de dengue documentado en la región amazónica del Perú, se calcula que durante esa epidemia más de 150.000 personas se vieron afectadas únicamente en la ciudad de Iquitos. En los últimos años, los brotes de 2017, con 68 mil casos, y los de 2022, con 63 mil, han mostrado los aumentos más notorios. Sin embargo, las noticias de la epidemia actual llegan a una población diferente, que no solo ha experimentado una emergencia sanitaria como la del coronavirus, sino que también tiene expectativas sobre qué puede suceder durante una epidemia.

Sin ser expertos, podemos reconocer que nuestra experiencia personal y comunal con el coronavirus ha cambiado la forma en que recibimos las noticias sobre brotes epidémicos. Primero, conocemos la precariedad de nuestro sistema de salud, el cual ya se encuentra sobrepasado en una situación regular, y que llega a un estado de emergencia en las regiones donde se dan un exceso de casos. Un ejemplo es Piura, donde los hospitales se encuentran nuevamente colapsados. Segundo, los recuerdos de la escasez del coronavirus fomentan la compra de medicamentos, sueros y otros recursos médicos para tenerlos de reserva, como reporta el diario El Tiempo. Tercero, el manejo de la información durante la pandemia —que, como vimos con el coronavirus, es mucho más que solo transferir información sobre la enfermedad—, significa entender a una emergencia sanitaria como algo más complejo que identificar un vector y síntomas, y como una emergencia con implicaciones sociales.

En el actual manejo del dengue, podemos ver que nuestra visión de las enfermedades continúa siendo limitada al quehacer médico. Una muestra de este entendimiento es el comité de expertos presentado por el Ministerio de Salud la semana pasada. Como lo indica la Resolución Ministerial Nº 456-2023/MINSA, el comité asesorará al ministerio para la actual epidemia del dengue. Entre los ocho expertos que ofrecen sus servicios ad honorem encontramos expertos en dengue y antiguos ministros de salud. Como otros científicos sociales han notado solo con ver la foto de la conferencia de prensa, todos los expertos presentados por el comité son médicos: no se incluyen a sociólogos de la ciencia, ni a comunicadores sociales, ni a expertos en cambio climático, ni a otros especialistas de la salud cuya experiencia y conocimiento son los requeridos para responder a una emergencia sanitaria como la que actualmente estamos viviendo.

Como comenta el historiador de la salud Juan Lan, de epidemias anteriores como la del SIDA hemos aprendido que “los médicos siempre han sido personajes muy respetados, y dictaminan lo que es lo mejor en temas no solo de salud, sino también sociales”. En el contexto actual también vemos que la influencia de los médicos es extensa en la comunicación, pues son los primeros invitados a los medios para transmitir información a la población, y sus declaraciones no solo son evaluadas por su corrección científica, sino también por su aplicabilidad en la realidad nacional, su claridad al presentar conceptos científicos y hasta su empatía y cercanía.

Exigir —o esperar— que el Ministerio de Salud invite a la mesa de decisiones a una diversidad de profesiones y experiencias más allá del médico no es un capricho de quienes nos dedicamos a la parte social de la ciencia. Un ejemplo de cómo se considera el alcance social de las enfermedades se ve en las recomendaciones de organismos de salud internacionales. En la guía Planificación de la movilización y comunicación social para la prevención y el control del dengue, publicada en conjunto por la OMS y la Organización Panamericana de la Salud, se presentan 15 pasos para la prevención y control de esta enfermedad. El primero de estos pasos es la creación de un equipo de multidisciplinario, que suele estar liderado por el ministerio, como ocurre en nuestro caso. Pero como la guía recomienda, a los médicos y epidemiólogos esperables también pueden unirse entomólogos, profesionales de las ciencias sociales, trabajadores de desarrollo comunitario, agencias de publicidad o comunicación, planificadores urbanos e ingenieros hidráulicos.

Una visión social de la enfermedad del dengue va más allá del número de casos y las características del mosquito: explica por qué las medidas de prevención que los ciudadanos podamos tomar son limitadas. Por ejemplo, las acciones de prevención —como eliminar reservorios que acumulen agua, usar mosquiteros y colaborar con la fumigación de espacios— son necesarias en este momento de la emergencia. Sin embargo, se centran en las acciones de los ciudadanos en lugar de reconocer que el cambio climático influye en la aparición de estas enfermedades. De esta manera, por ejemplo, se señala a quienes acumulan agua como si su conducta fuera un capricho o una irresponsabilidad, en lugar de señalar a quienes no proveen un sistema adecuado del manejo del agua y del saneamiento.

Como nos sucedió con el coronavirus, la emergencia sanitaria a raíz del dengue funciona como un observatorio de nuestra realidad. Demuestra nuestras burbujas de información y el centralismo de nuestro país, haciendo que el dengue sea una novedad en el centro del poder a pesar de años de miles de casos. Además, nos demuestra de qué manera una situación predecible tras el aumento de lluvias y temperatura aún es descrita por las autoridades como sorpresiva, permitiéndolas excusarse por la falta de obras y prevención que se necesita no solo para responder al dengue, sino a otras enfermedades. Y, por último, desnuda nuestra visión de la ciencia como algo que se puede aplicar de forma lineal y solo desde una disciplina, en lugar reconocer a las enfermedades como fenómenos sociales y no solo médicos.

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