Racismo sin filtro


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Jorge Bruce

  
Las redes sociales están variando de manera indetenible el tratamiento de las noticias en el mundo. El Perú no es una excepción. Para muestra, el caso de esos jóvenes que agredieron con insultos racistas a un reportero y unos agentes de seguridad en la calle Dasso, en San Isidro. Las redes visibilizaron –y dieron muchas interpretaciones a– estos sucesos, que los medios de comunicación tradicionales repercutieron. Pronto se instaló el debate acerca de si se debía dar tanta importancia a esos desbordes verbales, tan frecuentes en nuestra capital.

A mi modo de ver es preferible esa publicidad, en la medida que nos  impide adormecernos respecto de un viejo organizador de nuestros vínculos sociales. Que sea viejo no significa que haya permanecido inmutable. Por el contrario, es imposible que continúe operando de la misma manera que lo hacía antes del informe de la CVR, para citar un hito relevante y reciente en nuestra historia. No obstante, lo que estos sucesos muestran es que, si bien difícilmente podrían repetirse dos décadas de violencia con un sesgo marcadamente racista, tanto por parte de Sendero Luminoso como de las FFAA, el veneno no ha perdido su capacidad de contaminar y dañar.

De otro modo no se explica la celeridad con la que se desenfunda esa arma cuando las relaciones sociales se tensan. El Perú ya no es la sociedad rígidamente estamental en la que cholear asignaba los lugares sin discusión. Hoy, felizmente, hay una mayor conciencia de lo intolerable de esas manifestaciones de intolerancia y segregación: “¡Saca tu filtro! ¡Me llega al pincho tu vida, cholo de mierda!” le dice uno de los muchachos involucrados en el accidente a un reportero, ante la pasividad de la Policía y serenazgo, acaso intimidados por esa combinación peligrosa –para ellos– de las cámaras con esos jóvenes de los sectores privilegiados de la sociedad. Ya he citado lo que sucedió cuando tuve la oportunidad de interrogar a más de un centenar de serenos de San Isidro. Al preguntarles por lo más complicado de su trabajo, una mayoría me respondió: “los vecinos”. Ante quienes su autoridad es feble.

De modo que el racismo de ese joven expresa los rezagos persistentes de un orden discriminatorio. A lo que conviene agregar algo que Wilfredo Ardito ha señalado en un comunicado emitido en relación a este incidente: en las redes sociales se han producido una serie de agresiones y amenazas, incluso de muerte, contra los jóvenes del accidente y sus allegados. Esta contraviolencia no resuelve absolutamente nada, claro está. El mismo comunicado advierte que entre los discriminados también se produce la discriminación, en esa identificación con el agresor que termina siendo el problema principal cuando la sociedad combate activamente el racismo.

Cosa que no sucede en el Perú. No hay legislación ni políticas públicas que, mediante acciones efectivas, como el bilingüismo y el respeto en las dependencias públicas, o el tratamiento adecuado de la problemática del racismo en la educación, o las sanciones a actos como el que da pie a esta nota, permitan combatir esta lacra histórica y, sino erradicarla, por lo menos contenerla. Porque la frase citada debe ser tomada al pie de la letra: “Me llega al pincho tu vida, cholo de mierda” fue exactamente lo que ocurrió durante los años de la violencia política. Esas vidas que no valían nada fueron eliminadas, sin que buena parte de la sociedad se inmutara, porque no nos sentíamos concernidos.

http://www.larepublica.pe/columnistas/el-factor-humano/racismo-sin-filtro-16-09-2012

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