Capital neoliberal: la muerte de lo humano

Claudia Cisneros
 
Pronto el tiempo te habrá sobrepasado y deberás responder las preguntas que se clavan como dagas en el alma. Qué hiciste de tu vida, qué hiciste en tu vida. Qué has hecho por otros. Qué dejaste de hacer. En qué momento prescindiste de tus mejores valores justificándote en querer ser exitoso en el sistema. Y luego, quizás no te hagas estas preguntas: Qué es ser exitoso. Por qué el culto sectario a vincular el éxito a más dinero, a más crédito, a más consumo. Sin duda alguna no se puede sobrevivir en el sistema sin dinero. Sin duda alguna todos queremos algo más que sobrevivir. Vivir bien. Vivir con tranquilidad, cierta holgura, seguridad económica, social, de salud, de educación para los hijos.
 
Pero nos han entrenado para temerle tanto a la moledora que acecha por debajo del sistema, que nos hemos creído –con devoción– que nunca es suficiente el dinero o el poder, que siempre hay un riesgo no calculado que justifica la ambición sin límites, el acaparamiento egoísta, la acumulación a costa de otros. Ser exitoso en términos del sistema nos ha calado tanto que ya ni siquiera nos cuestionamos lo criminal que este puede ser, lo criminales que pueden ser quienes mejor provecho le sacan desde las corporaciones ligadas al poder político, y los políticos auspiciados y sostenidos por las corporaciones. Tanto hemos caído presas del sistema que tiene lo mejor de nosotros, nuestro entusiasmo, nuestro fervor por el emprendedurismo que es su fachada amable. Mientras nos hacen creer que el sí-se-puede es signo de fortaleza, de inclusión, de reconocimiento, alimentamos el sistema que el liberalismo económico (neoliberalismo) ha eyaculado en cada capa de las dinámicas sociales. El liberalismo económico es lo peor del liberalismo porque solo tiene una meta: el dinero. El lucro está por encima de todo, el capital es su dios, su bandera, su patria.
 
El liberalismo económico y su ciudadanía de capital y lucro se han metido en las universidades preocupadas primero en hacer caja, en la forma en que se manejan los colegios, en el asalto a los jubilados con las AFP, en los seguros de salud leoninos, en la manera en que la prensa deforma para proteger al poder económico-político, en la colonización de las mentes de los reporteros, los productores que viven por y para el rating, por y para el cheque, que olvidaron hace mucho su responsabilidad social, o que convenientemente confunden ser imparcial con dejar que los corruptos de fachada oficial se despachen. 
 
El lucro sangrante está metido en las instituciones que deberían sostener a la precaria democracia: el poder judicial, la policía, la fiscalía que deberían ser garantes de una justicia que por su decadencia no existe si no es con monedas. La monetarización de todas las relaciones institucionales, sociales, es el fin último de esta ola devastadora del humano. Aquí, en Nueva York o  China, en Venezuela y Cuba, da igual, todos infectados por el mortal virus del hipercapitalismo que los degrada. Todo se compra y vende en la política, en los partidos. Por eso el marketing dicta los mandamientos para la eficacia del éxito, “La privatización se impone hasta en el alma”, apunta el filósofo anticapitalista Byung Chul Han.
 
Han sostiene que el sistema capitalista y su metodología, el neoliberalismo, aprovechan nuestra sensación de libertad para paradójicamente coaptarnos. Dice que la hiperactividad característica de nuestra época –que él llama exceso de positividad– engendra “sujetos de rendimiento” obsesionados con una libertad contradictoria: la libertad de autoexplotarnos (http://goo.gl/3mLDq4). Y luego llegas a los 30, 40, 50… y la vida misma te sacará cuentas. Y si solo puedes decirte que fuiste un aplicado usuario del sistema, que fuiste exitoso o lo intentaste en los términos del sistema, en realidad tu vida ha sido un fiasco. Dice Han: “El proyecto de libertad tan importante para la civilización occidental ha fracasado. El exceso de la libertad individual ha resultado siendo el exceso del capital.” Y quizás lo único capaz de detenerlo sea el cansancio, como dice Han.
 
Felizmente hay muchos otros que no se tragan el cuento. Que miran un poco más allá. Que levantan la alfombra para constatar los esqueletos. Que cuestionan el sistema e intentan vivirlo diferente y hacer una diferencia para otros. Hay otros, varios, que sí piensan en los demás, que sí les importa. Que sí se esfuerzan por no caer en la tentación del consumo como fórmula de éxito. No todo está muerto.
 

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