¡Portento! No lee pero plagia


César Lévano
 
Ventura García Calderón llamó al Perú país de la leyenda y el prodigio. César Acuña acaba de confirmarlo: aunque no lee libros, es capaz de usarlos y hasta plagiarlos.
 
Se ha comprobado que, para obtener el grado de doctor en la Universidad Complutense de España, presentó una tesis que contiene párrafos de autores ajenos, a los que no se menciona. Asegura Acuña que su tesis fue aprobada con mención sobresaliente. ¿Jurado complaciente?
 
Lo cierto es que la Complutense ha iniciado una investigación, que puede llevar a la anulación de su doctorado, y a derrumbar su candidatura.
 
El fundador del partido Alianza para el Progreso tiene una demostrada vocación de plagio. El nombre de su organización copia el título de la Alianza que John Kennedy, presidente de los Estados Unidos, ideó para contrarrestar la influencia de la Revolución Cubana en América Latina.
 
Acuña sostiene que sí menciona las fuentes bibliográficas que nutren su obra. Pero no las menciona al aprovecharlas, sino, él mismo explica, al final, en lo que equivaldría a una enumeración astuta y tardía.
 
Creo entender el método plagiario de Acuña. Consiste, supongo, en acudir a Internet. La idea no es nueva. Hace 15 años, el doctor Jorge Rendón organizó un foro internacional sobre derecho laboral, en homenaje al 450 aniversario de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Entre los invitados estuvo el eminente profesor uruguayo Hugo Barreto Ghione. En una charla preludial narró la plaga de plagios por Internet que empezaba en el mundo, y que consiste no en estudiar o leer, sino bajar texto.
 
Contó el caso de un joven estudiante de la Universidad Nacional de Montevideo, que sorprendió porque, habiendo sido alumno mediocre, presentó una tesis brillante y original. Iba a ser calificado con nota sobresaliente hasta que el doctor Barreto halló en el texto un neologismo técnico acuñado por un autor italiano. Esa sola palabra llevó a descubrir que toda la tesis era un plagio.
 
En San Marcos ocurrió, hace pocos años un episodio parecido. Un profesor de otra universidad había seguido un curso de doctorado en la decana. Para doctorarse presentó una tesis notable. Estaba a punto de ser aprobado, cuando un catedrático sanmarquino exclamó:
 
-¡Un momento! Esa tesis es plagio, de principio a fin, de un libro de un filósofo mexicano.
 
Para demostrarlo mostró el libro del maestro azteca.
 
El doctorante, que había invitado a familiares y alumnos para que presenciaran su consagración, tuvo una salida criolla. “Yo no he plagiado, sino que mi admiración por este pensador es tan grande que al escribir he tenido pegado en la memoria su trabajo”.
 

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