La moral BCP

Juan Manuel Robles

Todos los meses, voy al BCP a cobrar un cheque por servicios prestados. Invariablemente, cuando termino de hacer la transacción, que incluye depositar el monto en mi cuenta de ahorros, el joven me pregunta si quiero adquirir un seguro de protección de tarjetas contra robos. O me dice –sutil- “veo aquí que usted aún no cuenta con el seguro de protección, no lo quiere?”. Siempre le digo que no. A veces pregunto cuanto me costaría la gracia, por curiosidad, y al saber la cifra vuelvo a decir que no. Una vez un chico listo me preguntó por qué no quería el seguro. ¿Perdón?, le dije. Por qué no quiere contratarlo, señor, si lo protege contra secuestros y fraudes.

-Porque no confío en ustedes- le dije desde un lugar muy hondo de mi corazón.

Claro que no confío. Nada es más sospechoso, para empezar, que el hecho de que todos los empleados ejecuten la misma microceremonia del chantaje: el mundo afuera es uno muy peligroso, buen hombre, asegúrese pagándonos un sencillo. Como soy una persona informada, sé que desde hace años los bancos deberían hacerse responsables en casos de clonaciones (sin necesidad de un pago extra). Como he vivido afuera, sé que cuando eres víctima de un robo, los bancos decentes actúan de oficio, sin que haga falta un “seguro”: verificar que una transacción no te corresponde es facilísimo. Y como no nací ayer, eso del “seguro” me sonó a gato por liebre. Era pura intuición pero pronto me enteré que estaba en lo cierto: hay muchísimos casos reportados, con reclamo formal. Personas que contrataron el vendito seguro después de tanta insistencia y, cuando les robaron, se encontraron frente a los obstáculos de la burocracia bancaria (Kafka en la era digital). Fueron sometidos a un trámite infinito, todo para que banco termine respondiendo con este párrafo que hemos aprendido a temer:

“Por lo antes expuesto, te comunicamos que no es posible atender tu solicitud de devolución y aprovechamos la oportunidad para hacerte las siguientes recomendaciones en el usos de tus tarjetas”.

Pensé en eso esta semana, cuando mi amigo Carlos León Moya dijo: “Es irónico que el BCP cobre un seguro contra robos y luego le dé esa plata a Keiko, que era un robo seguro”, en alusión al aporte de Dionisio Romero a favor de Fuerza Popular en la campaña contra Humala. No sorprende el acto, sino la obscenidad. El Banco –cualquier banco, pero sobre todo el más grande y respetable- es una institución crucial en la moralina del neoliberalismo. Cuando hablan del buen ciudadano que ahorra responsablemente, se refieren a que lo hace en un banco, siguiendo escrupulosamente sus plazos e intereses. Cuando aluden al ciudadano responsable, se refieren a alguien que honre sus deudas (pero que primero las contraiga, con el banco). Un hombre con tarjeta, bancarizado.

El BCP te dice cómo vivir la experiencia monetaria: en sus términos y condiciones. Con límites de dinero en los cajeros, para “protegerte”. Con advertencias, dosis de paternalismo intimidante, recordatorios de las leyes de lavado de activos en las pantallas de espera. El banco es un centro de estigmatización del ciudadano informal. Y sin embargo, allí va el dueño del BCP, tan poderoso y campante, abriendo la bolsa para darle plata en efectivo a un partido con documentados vínculos con la corrupción. Tres millones de dólares y medio. Mismo Walter White.

Imagino esa cantidad enorme de billetes y pienso: de hecho son billetes de cien dólares, todos auténticos. De pronto, recuerdo el caso de los billetes de cien dólares falsificados –serie CB-B2- que inundaron Lima y crearon pánico y llanto. ¿Se acuerdan de toda esa gente con sus dólares inservibles? Allí apareció, puntual, el discurso moralizante bancario: no cambie dinero en cualquier parte, señor imprudente, ahí están las consecuencias. Pero sucedió que, por esa época, comenzaron a aparecer testimonios de personas que no le habían comprado dólares al hombrecito del chaleco, sino que juraban que habían salido de cajeros del BCP. La denuncia apareció en el diario Perú21 y el banco tuvo que admitirlo como un error. “Es un absurdo pensar que los bancos queremos engañara nuestra clientela”, dijo el gerente, muy serio.

A mí también me parecía absurdo si no fuera por la cantidad de clientes que en los años posteriores, y hasta ahora, denuncian recibir billetes falsos de esas máquinas inteligentísimas, sin que el banco responda por ellos. Hagan una búsqueda por las redes sociales y conocerán a todos esos desdichados, que después de la sorpresita tienen que acudir a la agencia llevando el comprobante, la fecha, la hora exacta, ser tratados como sospechosos, esperar semanas por algo que sería perfectamente verificable en cosa de horas.

Los bancos –aprende uno- hacen lo que les da la gana. Por eso nunca me conmovió el logo del BCP volcado al arco iris para plegarse a la causa gay. El marketing de los bancos siempre debe ser visto con sospecha. El BCP primero te emociona, luego aparecen las letras chiquitas. Como esa vez que sacaron un comercial a lo Volver al futuro: un hombre del siglo pasado viajaba en el tiempo y llegaba al presente (su porvenir). Estaba desconcertado, no conocía a nadie, la Lima caótica le daba temor. Pero tenía su libreta de ahorros del Banco de Crédito del Perú (el banco que siempre estuvo allí, contigo). Entonces hace como en Dark: va al banco y le cambia la cartulina por la tarjeta de plástico anaranjado con azul, y consigue su dinero. Un reportaje demostró con un caso particular que eso, cambiar la libreta por la tarjeta, es imposible, por más que alguien demuestre que su libreta es auténtica y que dejó dinero allí. Dirán que es un comercial fantástico. Pero la prepotencia no es ningún invento.

Por eso vuelvo a decir algo que ya mencioné por acá: cuando los artistas y creadores son llamados por los bancos para que presten su cara y su talento a una campaña, es porque los quieren usar para reforzar una relación afectiva con sus clientes, una buena onda emocional que contrarreste la cruda verdad –que saltará a la luz-, el maltrato y la humillación impune. Por eso escribir pagado por los bancos es tan feo. Por eso me enorgullezco de que la única vez en que puse el nombre de un banco y me referí a sus bonitas agencias fue para hablar de la sombría historia de un hombre que logró robarlo por años.

Hay una razón más por la que no confío en los bancos, y lo del BCP solo me confirma ese poder descarado. Sucede que este textito breve, anecdótico, inofensivo que están leyendo no podría salir en ningún diario ni revista del Perú. Tendría que poner “una conocida entidad bancaria”. Tendría que refrenarme. Porque esos señores ejercen un chantaje tácito con los avisos publicitarios. Y nadie quiere contradecirlos. Nadie quiere perderlos. Con todo y ese poder en los medios –con el que ya controlaban a la prensa-, pagaron plata extra para asegurar la victoria de Fujimori. Un año antes, en una conferencia con chicos de la Universidad de Piura, Dionisio Romero papá hablaba sobre el éxito con estudiantes. Se refirió a la importancia de ser buenas personas, de tratar bien a los gerentes. Se declaró admirador de San José María Escrivá. Dijo también que quisiera ayudar más, pero que él tenía un presupuesto máximo de 2.5 millones en donaciones “de diverso tipo”.

A Keiko le dieron 3.5.

Por eso, cuando me voy del banco después de cobrar mi cheque, miro a ambos lados, guardo la Renzo Costa y hago como Woody Allen: tomo mi dinero y corro. También cruzo los dedos, por si acaso.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 469, 22/11/2019 p14

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