¿Es la de Ucrania una guerra por delegación de Estados Unidos contra Rusia?

Jacob G. Hornberger

A primera vista, parece que Rusia está en guerra con Ucrania. Pero el presidente ruso, Vladimir Putin, dice que en realidad es Estados Unidos el que está en guerra contra Rusia y que simplemente está delegando en Ucrania para llevar a cabo esa guerra. Por tanto, lo que Putin quiere decir es que, si que Estados Unidos está en guerra contra Rusia, la posibilidad de una guerra nuclear sigue aumentando con cada día que pasa.

Esto plantea una pregunta importante para el pueblo estadounidense, una que la prensa generalista de Estados Unidos se resiste a realizar: ¿Es cierta la acusación de Putin? ¿Están los funcionarios estadounidenses utilizando a Ucrania para debilitar o incluso destruir a Rusia sin participar directamente en una guerra contra este país?

Ciertamente, no sería la primera vez que las instituciones de seguridad nacional de Estados Unidos utilizara un ejército delegado para intentar disfrazar su papel en una guerra contra un régimen extranjero. Recordemos el uso por parte de las autoridades de EE.UU. de un ejército externo para atacar e invadir Cuba. Para disfrazar el hecho de que era Estados Unidos el que estaba librando una guerra de agresión contra Cuba, las autoridades estadounidenses utilizaron un ejército formado por exiliados cubanos para llevar a cabo la invasión.

Aunque dicho ejército había sido entrenado y armado por los organismos de seguridad nacional de Estados Unidos, los funcionarios estadounidenses podían negar que su país estuviera en guerra contra Cuba, a pesar de que ese era el caso. Esa es la función de un ejército delegado.

Si situamos la guerra de Ucrania dentro de un contexto histórico más amplio, hay pruebas considerables de que la acusación de Putin es válida y que las autoridades de EE.UU. están haciendo con Ucrania lo mismo que hicieron con su ejército delegado en la Bahía de Cochinos.

A lo largo de la Guerra Fría, la administración estadounidense se dejó llevar por una animadversión extrema contra Rusia, contra los soviéticos, contra los comunistas y contra Cuba, una animadversión que en realidad nunca desapareció y se ha ido trasmitiendo a cada generación sucesiva de generales del Pentágono y funcionarios de la CIA.

Esa es la razón por la que Estados Unidos mantiene su brutal embargo económico contra Cuba, que no pretende sino el empobrecimiento y la muerte del pueblo cubano, con el fin de promover el cambio de régimen en la isla.

No tenía por qué ser así. Después de la revolución cubana, la administración estadounidense podría haber dejado a Cuba en paz y no haber impuesto un embargo económico a la isla. Podrían haber dejado que los estadounidenses siguieran viajando a Cuba y comerciando con el pueblo cubano.

Además, la administración de EE.UU. podría haber levantado el embargo cuando se produjo el ostensible final de la Guerra Fría. A fin de cuentas, ¿por qué continuar con él si la Guerra Fría supuestamente había terminado? La razón era que la extrema animadversión anticubana y anticomunista era tan poderosa dentro del establishment de seguridad nacional de Estados Unidos que sus funcionarios sentían el impulso irrefrenable de seguir tratando de destruir a Cuba.

No ha sido diferente con Rusia, que era el principal miembro de la Unión Soviética. Tras derrotar a la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, a los estadounidenses se les dijo que, lamentablemente, no podían relajarse. Les informaron de que Estados Unidos se enfrentaba ahora a un nuevo enemigo oficial, posiblemente más peligroso que la Alemania nazi. Ese nuevo enemigo era doble: el comunismo ateo y la Unión Soviética. Se decía que una conspiración comunista internacional con sede en Moscú pretendía apoderarse del mundo. A menos que Estados Unidos actuara para detener esta conspiración, dicho país y el resto del mundo terminarían volviéndose Rojos.

Así es como el gobierno federal pasó a convertirse en un Estado de seguridad nacional, representado por el Pentágono, el vasto complejo militar-industrial, un imperio de bases militares nacionales y extranjeras, la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional, la NSA, todo lo cual era nuevo para el estilo de vida estadounidense. También así es como aplicamos la cada vez mayor generosidad de los contribuyentes al pago del establecimiento de la seguridad nacional y su ejército cada vez mayor de contratistas de «defensa». También es la razón por la que ahora vivimos bajo un gobierno con poderes omnipotentes, no revisables, del lado oscuro, de tipo comunista-totalitario, como son el asesinato patrocinado por el Estado, el secuestro, la tortura, la detención indefinida, la vigilancia secreta masiva, los golpes de Estado, las operaciones de cambio de régimen, las sanciones, los embargos y las alianzas con regímenes dictatoriales extremos.

También es así como conseguimos la OTAN, una alianza militar burocrática cuyo propósito ostensible era proteger a Europa Occidental de un ataque de la Unión Soviética.

No importaba que los soviéticos nunca tuvieran la intención de iniciar una guerra contra Europa Occidental, lo que inevitablemente habría implicado a Estados Unidos, una nación con armas nucleares que había mostrado su disposición a emplearlas contra ciudades con población civil. No importaba que la Unión Soviética hubiera sufrido una devastación casi total en la Segunda Guerra Mundial, dejándola sin base industrial para librar otra gran guerra. Y no importaba que la Unión Soviética hubiera sido socia y aliada de Estados Unidos durante esa misma guerra.

Todo eso no importaba. Lo que importaba era la extrema animadversión antirrusa, anticomunista y antisoviética que ahora movía al gobierno de Estados Unidos. Cualquiera que no se sumara a esta animadversión era considerado una grave amenaza para la seguridad nacional.

Como detallo en mi nuevo libro An Encounter with Evil: The Abraham Zapruder Story, hubo un hombre que se desvinculó de esta animadversión extrema contra Rusia, el comunismo, la Unión Soviética y Cuba. Ese hombre fue el presidente John F. Kennedy, que decidió poner fin a ello y llevar a Estados Unidos en una dirección diferente, que estableciera una relación pacífica y amistosa con Rusia, la Unión Soviética, Cuba y el resto del mundo comunista.

No hace falta decir que esa visión totalmente diferente de Kennedy para Estados Unidos no sentó bien al establishment de seguridad nacional. Después de su asesinato, Estados Unidos volvió a la senda de una animadversión extrema contra Rusia, los soviéticos y los comunistas, contra Cuba y contra Vietnam del Norte.

Cuando la Unión Soviética se retiró inesperadamente de Alemania Oriental y Europa Oriental, y se desmanteló en 1991, todos pensaron que era el fin de la Guerra Fría. En ese momento, lo lógico habría sido desmantelar la OTAN, dado que su misión manifiesta había perdido relevancia.

Pero lo que casi nadie pudo entonces prever era que la extrema obsesión antirrusa, antisoviética y anticomunista que había impulsado al Pentágono, la CIA y la NSA durante 45 años no iba a desaparecer de repente. Sino que, por el contrario, continuaría siendo una fuerza motriz para las autoridades de la seguridad nacional.

Ello quedó claramente de manifiesto con la continuación del brutal embargo económico contra el pueblo cubano. Pero también por la decisión de mantener la existencia de la OTAN e, incluso peor, de comenzar a utilizarla para absorber a los antiguos miembros de la Unión Soviética, lo que permitiría al Pentágono instalar sus misiles nucleares cada vez más cerca de la frontera rusa.

Durante los últimos 25 años, las autoridades rusas se han opuesto a esta expansión de la OTAN, al igual que las autoridades estadounidenses se opusieron cuando la Unión Soviética instaló misiles nucleares en Cuba en 1962. La administración estadounidense ignoró esas objeciones de forma consciente, deliberada e intencionada. Hizo exactamente lo contrario: continuó absorbiendo países de Europa del Este para acercar cada vez más sus misiles nucleares a la frontera con Rusia.

A pesar de las declaraciones públicas, la guerra entre Rusia y Ucrania no tiene nada que ver con la libertad, sino con el deseo de Estados Unidos de integrar Ucrania en la OTAN, un viejo dinosaurio de la Guerra Fría que podría -y debería- haber desaparecido cuando la Unión Soviética se desmanteló voluntariamente.

Desde la invasión rusa de Ucrania, los funcionarios estadounidenses, desde el presidente Biden hacia abajo, han cometido varios deslices freudianos en relación con el conflicto, como afirmar que su objetivo era destituir a Putin del poder, juzgarlo como criminal de guerra, debilitar y degradar al ejército ruso, especialmente matando a un gran número de tropas rusas, destruir la economía rusa y empobrecer al pueblo ruso con un conjunto extremo de sanciones económicas.

Vale la pena señalar, por supuesto, que la crisis de Ucrania ha hecho que las invasiones del Pentágono y la CIA y las guerras de agresión contra Afganistán e Irak caigan en un agujero negro de la memoria para la prensa generalista de Estados Unidos, al mismo tiempo que contribuye a seguir inundando las arcas de los organismos de seguridad nacional con dinero de los contribuyentes.

Todo esto pone claramente de manifiesto que la extrema animadversión antirrusa, antisoviética, anticomunista y anticubana que promovió el establecimiento de los organismos de seguridad nacional de Estados Unidos durante la Guerra Fría nunca desapareció. Está claro que sigue impulsando a la actual generación de generales y funcionarios de la CIA, como vemos no sólo con Cuba sino también con Rusia.

Por lo tanto, la pregunta que debemos hacernos surge de manera natural: ¿Está Putin en lo cierto? ¿Están el Pentágono y la CIA haciendo lo mismo que hicieron en 1962 contra Cuba? ¿Les mueve su extrema animadversión a Rusia a librar una guerra contra ese país mediante el uso de un ejército delegado, entrenado y armado por Estados Unidos? ¿Y están los estadounidenses dispuestos a aceptar las consecuencias altamente peligrosas de tal decisión de política exterior?

Fuente: https://www.counterpunch.org/2022/05/03/is-ukraine-a-us-proxy-war-against-russia/

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