Perú: La política como negocio

Carlos León Moya

La reforma universitaria murió el miércoles, por obra del Congreso. Fue mediante una ley que restituyó la “autonomía universitaria” y que contó con la votación de las bancadas de todo el espectro ideológico. Lo más probable es que el Ejecutivo la promulgue sin observarla.

En momentos como este, uno puede concluir que en el Perú no solo existe una pelea (artificial) entre Ejecutivo y Congreso, o una (supuesta) disputa entre izquierda y derecha. En paralelo a ambas, existe una suma de intereses privados y antirregulación (a veces informales, a veces ilegales) que han ganado muchísimo terreno político en los últimos años y que van desmontando los intentos del Estado peruano por tener un poco de orden, un poco de institucionalidad.

Y lo desmontan desde el Ejecutivo y desde el Congreso, sin importar su supuesta orientación ideológica. A falta de alguna orientación de largo plazo, mucha de nuestra élite política hace esto a cambio de, simplemente, apoyo político o financiero para ellos. ¿Los transportistas me apoyarán en mi campaña a cambio de bajarme la SUTRAN? Entonces bajémonos la SUTRAN. Al diablo la reforma. ¿Los mercaderes de la educación me financiarán a cambio de leyes que desmonten la reforma universitaria? Entonces intentemos bajárnosla una y otra vez hasta lograrlo. ¿Mejor transporte, mejor educación? Qué interesa.

En el Perú la política es, por momentos, un negocio individual, un emprendimiento económico. Uno llega al Congreso para promover leyes a favor de un interés particular a cambio de una retribución económica oculta. Lo mismo en el Ejecutivo: con Pedro Castillo, algunos ministerios –como el de Transportes y Comunicaciones– parecen destinados para las prebendas y no para las políticas públicas.

A la élite política aceptando gustosa estas demandas destructoras del Estado se le suma otro problema: estos intereses –informales, ilegales, poderosos– son dispersos y ocultos. No son tan visibles como en su momento lo fueron los intereses mineros, por ejemplo. Antaño, uno sabía cuál era “la bancada minera” y quién había financiado sus campañas. Ahora uno simplemente no lo sabe. Y si lo supiese, tampoco importaría mucho: son tantos –mineros ilegales, madereros– y tan extendidos –bancada de ultraderecha, bancada de ultraizquierda– que el resultado sería el mismo. Exponerlos no serviría de nada.

No es que los extremos ideológicos “se junten” porque tienen mucho parecido entre sí. Es que en el Perú todo está tan permeado por estos intereses privados que ya se esparció por todo el espectro ideológico. Además, los actores “ideológicos” tienen muy poco de esto: la retórica marxista o conservadora cede fácilmente ante un pedacito de apoyo, ante un financiamiento extra para sus miembros. La informalidad y la prebenda importan más que la ideología.

En este escenario nos movemos ahora. Difícilmente varíe en el corto plazo. A la gran mayoría de los actores les conviene mantener así las cosas: si las cambiasen (con una reforma política, por ejemplo), perderían ellos mismos. Y no se van a suicidar. Prefieren arruinar al país antes que arruinarse ellos mismos.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°585, del 06/05/2022   p20

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