Perú: Tarea urgente

César Hildebrandt

Tenemos que deshacernos de Pedro Castillo. Es un fraude. Llegó limpiamente a la presidencia y se dedicó a ensuciarla permitiendo que una gavilla de provincianos hambrientos imitaran a los limeños rapaces de 200 años de existencia. El fraude no estuvo en las elecciones: el fraude era él.

Pero el problema para terminar con este régimen que no puede comprar úrea, nos desabastece de combustible y paraliza el Estado después de enmugrarlo, es que quienes deben sacarlo se parecen al almirante Montoya. Es decir, piensan poquito, vienen de la derecha más primaria y no tienen idea de qué hacer con el país después de guillotinar a Castillo.

El presidente del cerronismo asaltante no tiene un proyecto de país. El asunto es que la derecha, tampoco. Si Castillo cae, vendrá un gobierno que buscará en el baúl de la abuelita la receta ancestral de la derecha: orden, paz, progreso y lo que sea con tal de que nada se mueva. Es decir, un nuevo Merino de Lama con su Ántero a la diestra.

Esa no será la solución. Si hay una salida, esta pasa por el centro. Una vasta confederación de moderados en sus ambiciones y audaces en sus metas debe permitir el ascenso de una opción centrista que huya de quienes nos han puesto al borde del abismo.

La derecha ama el daguerrotipo de aquel orden imposible de resucitar: un hacendado y sus peones miran a la cámara y parecen aceptar la eternidad de su destino. Puede haber variantes modernizadoras –el agroexportador triunfante, el banquero que sale en la revista Forbes, el billonario de los cosméticos–, pero todo apunta a la misma detención del tiempo: en el reino del Nunca Jamás los niños bien no crecen y el hada que los protege no pierde la paciencia. No interesa que la Campanilla de este país de ensueño haya tenido cara de mariscal Benavides, charreteras de Odría, muecas de Fujimori.

La derecha detestó a Valdelomar porque apoyó a Billinghurst, el primer izquierdista que el Congreso derrocó, pero, como el escritor, fuma opio y es adicta a la repetición. El país que asume como suyo está muerto.

¿Y la izquierda? Digamos que también vive de imágenes: la del Mariátegui pensante, la de Lenin momificado, la de Castro como el Cid Campeador de Camagüey. Decir que todos están muertos es pura redundancia. Decir que sus ideas son difuntas es incurrir en la exactitud. No queda nada de ellas después de saber qué hizo Stalin, qué logró hacer Pol Pot, qué pasó con la Unión Soviética y su cortina de hierro y humo. El Partido Comunista fundado por Mariátegui era la embajada de la URSS en Lima y tuvo que cerrar cuando Yeltsin acabó con el experimento matriz. La encarnación más ortodoxa del marxismo leninismo en trance de parto histórico fue Sendero Luminoso: ríos de sangre, pesadilla camboyana. Ni la derecha ni la izquierda entienden la complejidad de la crisis mundial que ya estamos enfrentando. Aunque muchos lo nieguen, estamos en los estertores de una era, en los últimos capítulos de una fase civilizatoria que empezó con la revolución industrial y que termina con el planeta exhausto y a punto de rendirse.

Esa tragedia ecuménica no está en la agenda de los fulanos y perencejos que han tomado el poder en el Perú. Me refiero al Congreso, al Ejecutivo y a las élites ensimismadas que velan por lo suyo y pagan por sus leyes. Aludo a los partidos vacíos y a los políticos dedicados a la miseria de la cotidianidad.

De qué índole será el mal que padece el Perú que hasta la CGTP, heredera del mariateguismo gramsciano, le pide a la OEA que venga a hacernos dialogar. Como antes con la independencia, el Perú tiene vocación de protectorado. Alguna vez requerimos de la extranjería para que nos hiciéramos república falaz. En los primeros años concebimos una constitución que debía ser vitalicia y arropamos una dictadura, la de Bolívar, que debía morir cuando muriésemos. Hoy, incapaces de entendernos, esperamos que la OEA nos haga reflexionar y tender puentes.

Pero ese diálogo es imposible si seguimos secuestrados por el simplismo inculto de derechas e izquierdas. No hay avance posible si de un lado nos habla el almirante Montoya y del otro nos dice antigüedades el doctor Cerrón. Montoya es el pasado que ya no sirve. Cerrón es el futuro que nadie desea. Montoya está convencido de que la justicia social sólo puede ser invocada por los comunistas. Cerrón cree que la libertad es irrelevante cuando se trata de construir el socialismo a la cubana. Ambos están muertos y no lo saben. Esos zombies dominan el escenario.

Y mientras tanto, los jóvenes que son mejores huyen del país, la inteligencia acentúa su divorcio de la política, el desaliento cunde como hierba mala. Y el mundo llamea.

Sé que soñar con una coalición de centro suena a utopía en un país en el que la democracia cristiana desapareció, el socialcristianismo se hizo fujimorista y la socialdemocracia estuvo en manos de un ladrón que hubo de matarse para que no lo esposaran. Eso hace la tarea más difícil y más necesaria.

El tapiz variado de la crisis internacional exige lecturas complicadas y desciframientos inteligentes. Si los paradigmas que nos movilizaban están bajo tierra, si la complejidad nos demanda soluciones matizadas y probablemente insatisfactorias y hasta impopulares, pues entonces empecemos la tarea. Corremos el riesgo de no ser más un país en las próximas décadas.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 609 año 13, del 28/10/2022, p

https://www.hildebrandtensustrece.com/

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