Perú: Hasta Washington le pide que se vaya

César Hildebrandt

La derecha peruana idolatra a los Estados Unidos de América, sueña con que sus hijos estudien en esas tierras de promesa y libertad, compra depas en La Florida, cumple el rito pedagógico de llevar a sus niños a Disneylandia, se traga, con palomitas y todo, las aventuras mecatrónicas de Hollywood y, si puede, sueña en inglés y en tecnicolor.

La derecha peruana es yanqui por adopción y haría de marine si fuera necesario. Por eso es que Estados Unidos nos ve como un socio menor siempre leal, un cachorro que apenas come y ladra poco en el patio trasero (PPK dixit).

Cuando Ollanta Humala era un peligro del chavismo cancerígeno, ¿a quién acudió Fernando Rospigliosi para pedir el auxilio de algún desembarco decisivo? Pues a la embajada de los Estados Unidos, donde lo mandaron al diablo porque los gringos serán imperialistas pero no estúpidos y ya sabían que detrás de Humala, el comandante, estaba Cosito, el capitán de hojalata.

La derecha peruana amó a Leguía, que le abrió las puertas y todo lo abrible a los Estados Unidos. Y reverenció a Manuel Prado, que ordenó que en el pabellón checoslovaco de la Feria del Pacífico de Lima se suprimiera la palabra “socialista” que definía a aquella república. El pobre Prado, hijito del traidor y premiado dos veces con la presidencia, no tenía idea de que en Praga en ese tiempo –comienzos de los años 60– ya se cocinaba la conjura liberal que minaría, poco a poco, el imperio soviético de la Europa oriental.

La derecha peruana sueña con Puerto Rico, esa isla binaria que no sabe si hablar en inglés o pedir en castellano cada vez que una desgracia le recuerda su papel de pariente ninguneado. Y no olvidemos los ancestros: hay documentos que prueban que, en plena ocupación chilena del Perú, Francisco García Calderón, que hacía de presidente consentido por el virrey Lynch, le prometió al embajador de los Estados Unidos la cesión permanente de Chimbote para que la gringada construyera allí una base militar.

Pues bien, Washington acaba de decirles a estos súbditos del Pacífico sur que Dina Boluarte debe irse lo más pronto que se pueda.

En efecto, Brian Nichols, subsecretario de Estado para asuntos del hemisferio occidental, ha condenado el intento de golpe de Pedro Castillo, ha calificado como frágil la democracia del Perú, ha recordado que la administración Biden monitorea la situación peruana y ha respaldado abiertamente el adelanto de elecciones. Nichols ha sido explícito: “Esperamos que la presidenta Boluarte y el Congreso puedan llegar a un acuerdo para anticipar las elecciones y que los peruanos puedan confiar en la democracia”.

Nichols no es cualquier funcionario. Es el personaje que más sabe de Latinoamérica en la administración Biden y conoce muy bien el Perú, donde fue cónsul, en 1989, y más tarde embajador (del 2014 al 2017). Entre sus medallas está la Orden del Sol otorgada por nuestra cancillería.

En suma, se trata de un experto que sabe de qué habla y por qué se lanza ahora a decir algo tan drástico. La nueva embajadora estadounidense en Lima debe haberle informado, con encuestas en la mano, qué le espera al Perú si Dina Boluarte sigue cumpliendo el papel de sanguijuela que tanto le place cumplir.

Es bien sencillo: el gobierno de la señora Boluarte, de los generalitos de la Dircote, del fujimorismo infiltrado, del acuñismo prefectural, del Congreso prostituido, del Tribunal Constitucional hecho lenocinio, de los 67 muertos, del Ministerio Público asociado al Ejecutivo, ese gobierno, decimos, no es viable. Nos conduce a la ruina, a la confrontación, al desvarío. Sólo la derecha cree que esto puede durar hasta el 2026. Y sólo la prensa catatónica puede escribir editoriales adulando el orden y el progreso de esta tecnocracia que intenta disimular la vacuidad del régimen.

Estados Unidos lo sabe y lo ha dicho a través del vocero más calificado de su cancillería.

La derecha ha tratado de minimizar el asunto, de ocultarlo, de neutralizarlo con versiones desvaídas. Y hay brutos y achorados que a estas alturas hablan de “la dignidad y la soberanía de las naciones”. ¡Ellos, que rematarían el Perú con martillero y todo si pudieran!

Antes, este columnista sostenía que la señora Boluarte debía renunciar. Ahora digo que tiene que largarse. Eso es lo que le han susurrado, al fin y al cabo y despojándonos de modales diplomáticos, en Washington. La señora Boluarte es insostenible y hasta los que intentaron protegerla activamente empiezan a decírselo abiertamente. Mientras tanto, la señora camina no se sabe dónde con rumbo a ninguna parte. Y el pobre Otárola recién se da cuenta de que es el segundo de nadie.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 625 año 13, del 03/03/2023, p16

https://www.hildebrandtensustrece.com/

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