García en salsa Alfredo

César Hildebrandt
El señor Alfredo Marcos defendió antier “la necesidad” de que Canal 7 transmitiera el alegato de Alberto Fujimori, jefe de la banda de ladrones y criminales que asoló al Perú, prontuariado cuyos orígenes y hasta creación puede rastrearse en los diarios “Página Libre”, dirigido por ese todoterreno que se llamó Guillermo Thorndike, y en “La República”, bajo la dirección de Alejandro Sakuda y el patrocinio directo del primer (y archipodrido) alanismo.

Como el señor Marcos asesora a Alan García y acude a ciertos consejos de ministros como invitado –aparte de haber trabajado en planilla para un ente estatal, lo que determinó su reciente salida de “La República”- es posible que muchas de sus tiras pueden expresar no sólo su opinión sino la de su muy aconsejado líder y guía.

De modo que tras la publicación de su caricatura, en efecto, Canal 7 ha transmitido ayer, con un amplio despliegue de cámaras y planos, el discurso político de Fujimori, sin haber hecho anteriormente lo mismo con los argumentos de sus víctimas y de sus abogados representantes. O sea, el Canal del Estado otra vez inspirado en los Bressani, los Crousillat y los Vera Abad.

Me imagino que, después de esto, don Alfredo Marcos será también padrino de la anunciada boda del alanismo, con sede en París, y del fujimorismo, con casa matriz en la Yakuza de Kumamoto.

A los que puedan preguntarse por qué el Apra ha caído tan bajo, habría que decirles que no se trata de ninguna caída sino de un paso más en ese camino abierto por Mantilla con autorización remota de García.

Muerto el discurso antiimperialista de Haya de la Torre, asesinada la tercera vía, queda la Vía Veneto de Bettino Craxi y las coimas del socialismo entendido como negocio. De allí a pactar con asaltantes del tesoro público como los fujimoristas, sólo restaba un corto trecho.

Al día siguiente de su defensa de Fujimori, Alfredo Marcos se desliza hacia las sentinas del régimen para defender a César Vega Vega, quien ha demostrado que los apristas militantes y notorios también pueden presidir la Corte Superior de Lima.

En una tira que habrá de avergonzarlo más que cualquiera de sus zalamerías delivery, Marcos le hace formular al simpático perro de su serie “El mejor enemigo del perro” esta reflexión palaciega:

“El señor Vega Vega tiene un amigo, Carlos Roca. Este cumple años. Vega Vega va a su fiesta, ¿cuál es el problema?…”

El pobre perro, convertido en búfalo por obra y gracia de un milagro gráfico, añade:

“…Si mañana un juez X se encuentra con un líder del Apra en un centro comercial, se estrechan la mano y hay foto, se insinuaría que hay un enjuague…”

Este perro sí que le mueve la cola al amo. Podría competir con aquel secretario general aprista a quien algunos llaman, callejoneramente, “perro de chacra”.

Porque, vamos a ver. El señor Vega Vega es una altísima autoridad del “neutral” Poder Judicial y es el que ha secuestrado, jurisdiccionalmente hablando, el asunto de los petroaudios, cuyas implicancias –ya no cabe duda al respecto- llegan al dormitorio del doctor Alan García, a la secretaría general de la Presidencia y al entorno de amigotes y cajeros del presidente de la República.

Hacer grosera ostentación de su militancia oficialista es un mensaje de dudosa moral que Vega Vega le ha querido lanzar a la judicatura y a la sociedad.

Porque no es verdad que los cumpleaños de Carlos Roca sean fiestas abiertas donde se rinde culto a la amistad desinteresada. Son, al contrario, legítimas reuniones partidarias donde -sobre todo en vísperas del lanzamiento de candidaturas a la secretaría general, como es el caso- la política, los acuerdos, las alianzas, la Marsellesa en versión Sabroso y los recuerdos endogámicos del viejo partido constituyen la sal y la agenda.

¿Qué hacía Vega Vega, presidente de la Corte Superior de Lima, en una reunión facciosa del partido de gobierno? Pues decirnos, como en los viejos tiempos de Pacheco y moña: “esta es el Apra, ¿qué les parece?”

A mí me da mucha pena que el muy talentoso Alfredo Marcos se haya convertido en una caricatura. Y me da más pena haber perdido, con esta columna imprescindible para mi salud, a un gran amigo.

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