​Nosotros, los otros – I

Rodrigo Montoya Rojas 

DERECHO A LA DIFERENCIA: 

Carlos Bruce, es el primer político de la historia peruana que ha reconocido públicamente su condición de gay, en el preciso momento en el que su proyecto de ley por la igualdad civil -ya saludado antes en esta columna- está a punto de ser finalmente discutido en el Congreso. El tema de fondo de este acto político de primer orden es el combate por el derecho a la diferencia dentro de la especie humana.
 
En 2014, somos algo más de siete mil millones las personas que habitamos el planeta tierra; al comienzo de nuestra historia, hace 120 mil años, nuestros grandes abuelos habrían sido unos pocos centenares. Poco a poco fueron surgiendo las diferencias a partir de los rasgos biológicos distintos (color de la piel,forma de los ojos, tipo de cabellos, estatura y envergadura de los individuos) de los grupos humanos buscando dónde vivir, y adaptándose a tierras calientes, tibias y frías.

Esas diferencias sirvieron para que en las diversas lenguas en formación apareciesen palabras como nosotros y los otros. Quienes compartimos rasgos biológicos y culturales, nos llamamos nosotros y a quienes son diferentes les llamamos los otros. Para el nosotros de ellos nosotros somos los otros.

Desde el amanecer de nuestra especie los seres humanos nos enfrentamos unos a otros, por un pez en el río, por un animal en el monte, por apropiarnos del fuego para dar el primer salto maravilloso de lo crudo a lo cocido y hervir una sopa de verduras en una olla de barro o asar unas carnes en las brasas; para servirnos de los metales y multiplicar nuestras fuerzas para el trabajo, para apropiarnos de la tierra fértil, sembrar y no depender solo de la caza, pesca y recolección de frutos; para beneficiarnos del comercio, la industria, y las finanzas; para enriquecernos con los grandes descubrimientos tecnológicos; también por el amor.

Nos matamos unos a otros desde hace 120,000 años con palos, piedras, hachas, cuerdas, espadas, arcabuces, venenos, pistolas, ametralladoras, tanques, bombas atómicas y armas biológicas. Los viejos guerreros eventuales de las primeras tribus se han convertido en profesionales militares especialmente preparados para matar quién sabe hasta cuándo.

En la eterna lucha por adueñarse de las mejores tierras, por apropiarse de los recursos que la naturaleza nos ofrece en el mar, debajo de la tierra y en los inmensos bosques, unos hombres convirtieron a otros en esclavos, siervos y obreros.

La propiedad expresada en las perversas palabras “mis esclavos, tus esclavos”; “mis siervos, tus siervos”; “mis indios, tus indios”; “mis cholos, tus cholos”, tiene una historia continua desde hace por lo menos unos tres mil años.

Fueron los griegos quienes inventaron la palabra bárbaro, para designar a quien no era griego; fue el filósofo Aristóteles uno de los sabios que sostuvo la esclavitud natural de una parte de los seres humanos; Juan Ginés de Sepúlveda el sabio doctor de la iglesia católica, en su libro “Tratado de las justas causas de la guerra contra los indios”, argumentó a mediados del siglo XVI en favor de la servidumbre natural de los indios.

Uno de los dramas de nuestra especie es considerar a los otros (afro-descendientes e indígenas diversos) como enemigos; también a los de abajo (campesinos, obreros, artesanos y diversas variedades de mestizosbiológicos.

Desde el comienzo mismo de nuestra especie, surgió otra diferencia: personas nacidas hombres con gustos por los hombres y personas nacidas mujeres con gustos por las mujeres. Al lado de todo lo que hay que hacer para trabajar y encontrar los recursos que aseguren nuestra existencia como seres vivos (comida, bebida y techo) está el inmenso espacio de los instintos, el placer y el amor.

Debemos a Sigmund Freud las primeras luces sobre el conflicto entre eros y tánatos: eros representa el amor, la vida; tánatos, el instinto de muerte, de agresión. Si nos dejásemos llevar solo por los instintos, los hijos se emparejarían con sus mamás y las hijas con sus papás. A eso se llama incesto.

Por un misterio aún no resuelto, el 99 % de culturas en el mundo prohíbe y sanciona el incesto; inventa normas culturales para contrarrestar a los instintos: con tu mamá, no; con tu papá, no; con tus hermanos o hermanas, no.

En los ayllus andinos se denuncia a los qarqachas (incestuosos) diciendo que los han visto y oído gimiendo y llorando, convertidos en animales. El único camino previsto como castigo para quienes infringen esa regla es huir de la comunidad y no volver nunca, que es un modo de dejar de ser, porque para vivir en comunidad hace falta una familia, y muchos amigos. Pero los instintos pueden, a veces, más que las prohibiciones culturales y los casos de incesto en el mundo son mucho más numerosos de lo que suponemos.

Ya sabemos que la homosexualidad no es una enfermedad y, por eso, no se cura. Las jerarquías de la iglesia y de las sectas protestantes la condenan, no tienen ojos para verse por dentro y tienen la hipocresía suficiente para no verla en sus parroquias, seminarios y conventos.

Si el congresista Carlos Bruce hubiese vivido y reconocido su condición de gay en el siglo XVI, la iglesia habría acabado con su vida. Una de las razones que Ginés de Sepúlveda dio para matar a los llamados indios era precisamente la acusación de sodomía como pecado mortal. Hoy, la iglesia ya no tiene la fuerza de antes y sufre una derrota más con el valiente gesto del congresista.

Si hay tres millones de homosexuales en Perú y setecientos millones en el mundo, no hay como tapar esa realidad con el cuento de la “familia natural”. El derecho a la diferencia y al amor en todas sus formas va ganando, paso a paso, nuevas batallas. Volveré sobre el derecho a la diferencia, el racismo, el mestizaje y el buen deseo de la interculturalidad.

PD. Felicitaciones al Dr. Manuel Miranda Canales, honrado abogado puquiano-lucanino-ayacuchano por su merecido primer puesto en el Tribunal Constitucional.

http://laprimeraperu.pe/columna/nosotros-los-otros-i/

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