Desmilitaricemos el Bicentenario

Nelson Manrique

La conmemoración de las fiestas patrias es un momento importante en la construcción de una memoria histórica oficial sobre el proceso de formación de la nación. El tema es acuciante cuando estamos a apenas un año de la que probablemente será la efeméride cívica más importante de nuestras vidas

En el Perú, se conmemora la jura de la independencia en Lima y la ceremonia que ocupa el centro del escenario es el desfile militar. La repetición ritual anual de la ceremonia contribuye a “naturalizar” la importancia de lo que se conmemora. Pero en otros países se rinde homenaje a otros eventos, como el primer grito de la independencia o un hecho de armas decisivo. Tampoco se celebra siempre eventos acontecidos en la capital. La jura de la independencia que se celebra en Argentina se realizó en Tucumán; en Bolivia en la ciudad de Chuquisaca.

Nuestra conmemoración posterga acciones históricamente mucho más significativas que las conspiraciones patrióticas de Lima, como son el alzamiento de Túpac Amaru II de 1780 (la insurrección indígena más grande de la historia de América), o los intentos separatistas del Cusco (1805), o el de Huánuco (1814), o la batalla definitiva en Ayacucho (1824), cuya proyección es continental.

La jura de la independencia se produjo en varias ciudades de la sierra central un año antes que en Lima, que tampoco era el departamento más poblado del país. De acuerdo a una Matrícula de Contribuyentes de 1836, Lima y Callao tenían 151,718 habitantes, bastante por debajo de los 216,382 del Cusco, y ocupaba el sexto lugar en población. 4 de los 5 departamentos que la superaban eran serranos y hasta en el costeño departamento de La Libertad la mayoría de la población era india. El Perú era un país eminentemente indígena y serrano, las batallas decisivas de la independencia se libraron en la sierra, pero el relato patrio se concentra en el papel de la costa.

Se privilegia el papel de Lima en la independencia para reforzar su preeminencia política, heredada de su papel central en el orden colonial, no por su papel protagónico en favor de la independencia. Jorge Basadre es contundente al escribir sobre la guerra anticolonial: “Desde sus comienzos, el Perú había participado en ella; pero dando su contingente de sangre a la causa española (…) Cuando ya había sido proclamada la independencia de Lima, hombres ilustres o importantes (…) se resistieron a la idea de un Perú que no conviviera con los españoles y echaron al abismo una fuerza política y militar nacional que hubiese sido muy útil, tanto en la lucha final de la independencia, como después de ella” (Basadre, Historia de la República, 1983 I: 63). Según Basadre muchos criollos veían la independencia como una guerra civil en la que podían tomar partido por uno u otro bando. El costo de esa indefinición fue la intervención colombiana con Bolívar, la separación del Alto Perú, la pérdida de Guayaquil y la amenaza sobre Tumbes, Jaén y Maynas (idem).

La opción realista de los criollos provocó adicionalmente la destrucción de la clase dominante peruana. Los militares llenaron entonces el vacío de poder. Todos los presidentes del siglo XIX fueron militares, excepto Manuel Pardo y Nicolás de Piérola, que llegó al poder a través de una guerra civil. Durante el siglo XX el Perú estuvo más tiempo bajo gobiernos militares y cívico militares que bajo gobiernos civiles. Se entiende ahora por qué se forjó el mito de que las Fuerzas Armadas formaron la nación. Hablo de mito porque el ejército peruano no existía cuando se produjo la independencia. Los peruanos combatieron en condición de tropas auxiliares de los ejércitos extranjeros y sólo se creó un ejército efectivamente peruano luego de la expulsión de Bolívar, en 1827. Hubo participación popular a través de las guerrillas y montoneras, pero a esa se le presta muy poca atención.

La oligarquía peruana jugó un importante papel en la consolidación del mito de la forja de la nación como gesta militar. Al cumplirse el centenario de la independencia, durante la década del 20, el Apra y los socialistas desafiaron la hegemonía ideológica oligárquica. Perdida la batalla de las ideas, la respuesta de la oligarquía fue excluir constitucionalmente al Apra y del PC de la escena política, y ampararse detrás del poder de las Fuerzas Armadas, a las cuales se elevó al rango de “instituciones tutelares de la Nación”, lo cual es un contrasentido lógico, porque es pretender que un organismo constitucionalmente no deliberante (es decir, no político) tutele a una institución política por excelencia. Así, las Fuerzas Armadas terminaron convertidas en “el perro guardián de la oligarquía”, como certeramente las definió Juan Velasco Alvarado.

La contrapartida de la exageración del papel de los militares en la construcción de la nación ha sido la permanente minimización de la importancia de la participación popular. Sucede con la guerra de la independencia, pero también con la guerra con Chile. El triunfo peruano en las batallas de Pucará, Marcavalle y Concepción, el 9 de julio de 1882, en que el ejército campesino de Cáceres y las guerrillas del centro derrotaron a una división chilena causándole 600 bajas, es aquí a lo más motivo de una celebración local, mientras que en Chile la batalla de Concepción (en Chile la denominan La Concepción) ha sido erigida en el Día del Recluta o de la Jura de la Bandera; con la misma resonancia simbólica que para nosotros tiene la batalla de Arica.

Comparemos el despliegue militar que preside la conmemoración de nuestras fiestas patrias con la celebración del 4 de julio en Estados Unidos. El ejército norteamericano ha ganado todas sus guerras (exceptuando claro está la pateadura que recibieron en Vietnam), y es la potencia militar más grande de la historia de la humanidad, pero a nadie se le ocurriría sacarlo a desfilar para celebrar el nacimiento de la República. La conmemoración norteamericana es una gran fiesta popular, cuyo actor es el pueblo que construyó la Nación, incluyendo sus ejércitos y sus guerrilleros.

Es hora de desmilitarizar el discurso patrio y reescribirlo incorporando nuestra riquísima diversidad cultural, el gran patrimonio con el cual podremos aportar como Nación a la construcción de un mundo más humano. Comencemos por redefinir el sentido de las fiestas patrias.

CODA: La conmemoración del Bicentenario del año 2021 parece condenada a ser un evento frustrado, protocolar y sin mayor trascendencia. Varios factores apuntan en esta dirección. Los efectos de la pandemia del covid-19­­ se van a extender más allá de julio del año próximo. El país está entrando a una crisis económica de la que tomará tiempo recuperarse. El actual Congreso no parece llamado por el destino para presidir una gran conmemoración. El rumbo que ha tomado el gobierno de Martín Vizcarra, poniendo de premier a Pedro Cateriano, constituye un alineamiento pro empresarial que ya resulta caricaturesco, precisamente cuando la miseria, la enfermedad y la carencia de servicios básicos para las mayorías vienen creando una situación político social explosiva. El nombramiento en el Ministerio de Trabajo de un joven abogado de grandes empresas, que donde hay trabajadores reclamando derechos verá sobrecostos laborales, apuntan a una polarización social de pronóstico reservado. Pretender imponer proyectos mineros que no cumplan con las normas de protección de la población y del ambiente sólo será posible por la violencia y por ese camino Vizcarra terminara su mandato con las manos manchadas de sangre. No existen las condiciones para que esta resulte la ocasión de la cual puedan surgir profundas reflexiones sobre el Perú y su destino.

Puede, sin embargo, plantearse una propuesta que recupere positivamente el Bicentenario de la independencia. Que el Perú se comprometa a convocar a un gran evento continental para conmemorar el fin del dominio colonial en América del Sur, el día 9 de diciembre del 2024. Perú sería el anfitrión de un evento que reúna a todos los países que participaron en la gesta libertadora, desde Panamá hasta Argentina, rescatando el verdadero espíritu de la gesta de la independencia. Eso daría cuatro años para preparar, en una dimensión mucho más amplia, una celebración significativa, digna de la magnitud de los hechos a conmemorar.

Lima, 26 de julio del 2020.

www.nelsonmanriquegalvez.wordpress.com/2020/07/26/desmilitarizar-el-bicentenario/

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