CHILE, PERÚ Y SUS ESTALLIDOS

Natalia Sobrevilla

Un vistazo a una relación de hermanos y sus respectivas crisis

Estuve en Chile en esta semana de profunda tristeza y dolor y me tocó tratar de explicarle a nuestros hermanos chilenos qué es lo que está ocurriendo en estos días en el Perú y de reflexionar cuáles podrían ser las soluciones a nuestro estallido social.

Se trató de foros muy diferentes, desde los puramente académicos hasta los amicales, familiares y espontáneos: reuniones con los amigos, con colegas, conversaciones con taxistas y con los curiosos que, al saber que era peruana, se solidarizaban inmediatamente conmigo y por este Perú dividido y enfrentado, donde han muerto casi 50 personas en poco más de un mes.

“¡Pero ni en todo nuestro estallido social murieron tantos!”, me decían algunos, cada vez que el macabro número de víctimas se iba incrementando. Recordemos que en octubre de 2019 salieron a protestar a las calles de Santiago más de un millón de personas. En un solo día los protestantes quemaron 17 estaciones de metro al mismo tiempo y más adelante les prendieron fuego a iglesias, a espacios públicos y a otros que consideraban que representaban al Estado. Si bien se dispararon muchos perdigones y la brutalidad policial no fue poca —decenas de personas perdieron el uso de por lo menos un ojo—, los muertos no se amontonaron en las morgues.

Las demandas eran también muchas, pero más pronto que tarde se encauzaron en la idea del cambio constitucional, ya que para una gran mayoría de los chilenos los vicios de origen de la constitución dada por Pinochet en 1980 son insalvables. En los siguientes años, y con la pandemia de por medio, los chilenos fueron repetidamente a las urnas. Votaron para decidir si querían un proceso constituyente y fue por referéndum que decidieron cómo debía ser el proceso. Lo hicieron de nuevo para elegir a una Convención Constituyente y, finalmente, para rechazar la propuesta, con más de un 60 % de votantes que consideró que el nuevo texto no representaba un arreglo constitucional aceptable. En este momento están comenzando otro proceso para buscar una nueva constitución y la propuesta es que lo haga un comité de expertos, para que luego se vuelva a poner a consideración en referéndum.

En esos mismos años, en el Perú hemos tenido cuatro presidentes interinos, un congreso disuelto, un referéndum para cambios en el sistema político y una elección presidencial. ¿El resultado? Un país en llamas. Unos piden nueva constitución y otros piden el retorno de Pedro Castillo, sin tomar en cuenta que debido a que dio un golpe de Estado esto es imposible. Pero muchos otros piden mano dura, más represión, más respeto a las fuerzas del orden. Por supuesto que la violencia al protestar no tiene justificación, pero eso no quiere decir que lanzar balas y proyectiles indiscriminadamente a quienes protestan sea una respuesta aceptable. La defensa de la vida tiene que ser el principal objetivo.

Chile y Perú son países hermanados por el dolor. No solamente por la larga historia que compartimos con tres guerras en el siglo XIX, si contamos la Independencia, cuando los chilenos vinieron al Perú junto a San Martín en la Expedición Libertadora y lucharon en las dos campañas de Álvarez de Arenales a la sierra en 1820 y 1821. Aquella vez triunfaron con el ejército unido en la Batalla de Cerro de Pasco y fueron aniquilados en la primera campaña a Intermedios en 1823. Y algo más de una década más tarde, los chilenos volvieron al Perú junto a Agustín Gamarra y Ramón Castilla y al resto de los emigrados peruanos a luchar contra la Confederación Perú-Boliviana. La victoria más grande de esta campaña, en la Batalla de Yungay, se convirtió en uno de los momentos más importantes en la formación de la nación chilena.

En 1866 los chilenos y peruanos nos apoyamos unos a otros para repeler los ataques de la flota española que atacó tanto el Callao como Valparaíso, pero una década más tarde estos pueblos que habíamos sido hermanos hasta entonces nos enfrentamos en la que ha sido la guerra más devastadora de nuestra historia. La Guerra del Pacífico marcó un antes y un después en las relaciones entre el Perú y Chile. Perdimos vidas, territorios y artefactos culturales, entre otras cosas, y por muchos años el recelo entre nuestros pueblos ha sido muy grande, y en algunos casos sigue siendo así. Pero, a pesar de ello, seguimos siendo más que pueblos vecinos. Lo que pasa a uno y otro lado de la frontera sigue importando mucho: en el siglo XX los exilios han sido cruzados y las ideas no han dejado de ir y venir a lo largo del Pacífico.

En los años de la dictadura, Augusto Pinochet se convirtió en un referente e inspiración para la derecha peruana. Su constitución de 1980 sirvió de base para la carta peruana de 1993 y no fue en vano que Alberto Fujimori se jactara de ser llamado “Chinochet” por muchos, asumiéndolo de manera positiva.

Hoy, cuando ambos países buscamos de alguna manera superar este pasado autoritario y de encontrar una forma de lidiar con los vicios de origen de ambas constituciones y que nos enfrentamos a un descontento generalizado, una vez más nos vemos hermanados en el dolor: observándonos mutuamente a través de nuestras ventanas.

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