La llegada de Orellana


​José Barletti

Hace un cuarto de siglo le pregunté a Francisco de Orellana qué gente vio cuando pasó por acá con sus 57 expedicionarios españoles. Evidentemente, no pudo responderme porque había muerto, hacía ya casi 500 años, cuatro años después de su viaje por el Amazonas. Sin embargo, podría haber yo hallado la respuesta en un escrito suyo. Pero no existe un relato escrito por Orellana, aunque un par de siglos después otro viajero, Charles Marie de la Condamine, refiriéndose a las mujeres amazonas, decía lo siguiente: “Se equivocan los geógrafos que han hecho del Amazonas y del Marañón dos ríos diferentes… ya que el mismo Orellana dice en su relación, que él encuentra a las amazonas bajando el Marañón”.(El subrayado es mío).

Cuando, sobre algún acontecimiento histórico, nos preguntamos ¿quién lo dice? ¿Quién lo escribió? ¿de dónde salió esta información? nos encontramos en el campo de las fuentes históricas. Así como las antiguas iquiteñas sacaban el agua de aquella fuente llamada Sachachorro y llevaban a sus casas el cántaro en las sienes, para hacer historia es necesario fuentes de dónde beber los datos. No todas las fuentes históricas son documentos escritos. Hay fuentes materiales que son las que utilizan los arqueólogos para reconstruir el pasado. Por ejemplo, los antiguos restos de cerámica de la zona ecuatoriana del Río Napo han permitido conocer a los pueblos que habitaba esos territorios y darnos cuenta del alto nivel civilizatorio que se había alcanzado hasta ese momento en la Amazonía. Las fuentes arqueológicas son, pues, muy importantes para la reconstrucción del pasado.

Ya tratándose de las fuentes históricas escritas, éstas se clasifican en fuentes históricas primarias y fuentes secundarias. Una fuente secundaria es un documento escrito después de los acontecimientos, a veces mucho tiempo después. Por ejemplo, George Millar publicó en 1954 un voluminoso libro titulado Orellana descubre el Amazonas, que primero fue escrito en Inglés. Contiene abundante información, pero es una fuente histórica secundaria. Mucho de lo allí dicho es fruto de la imaginación del autor, más aún, como en este caso, es una “historia novelada”. Hay fuentes históricas secundarias muy serias porque se apegan con rigor a las fuentes primarias, es decir a los documentos que se escribieron en los tiempos mismos en que se produjeron los acontecimientos.    Es claro que las fuentes primarias tienen mucho valor porque quien escribe vio, escuchó, vivió los acontecimientos o fue testigo de los mismos. En todo caso, estuvo muy cerca de lo que sucedió.

En la historia del Perú son muy importantes unas fuentes primarias que se escribieron en los tiempos de la llegada de los españoles o en los primeros tiempos de la dominación colonial española. Se les llama “crónicas”. La crónica en la que se relata el viaje de Orellana fue escrita por un sacerdote dominico, miembro de la expedición, el padre Gaspar de Carvajal. A partir de las notas que iba escribiendo durante el viaje, redactó su escrito cuando regresó a Lima una vez terminado el aventurado viaje por el Napo y el Amazonas, el mismo que se prolongó hasta Cubagua, en las costas de la actual Venezuela. Orellana no regresó a Lima, sino que fue a Santo Domingo de paso a España para hacerse reconocer como el “descubridor”. Era para él muy importante ir primero a Santo Domingo porque debía relatar lo sucedido a Gonzalo Fernández de Oviedo que ocupaba el cargo de “Cronista oficial de Indias”, dado por el rey de España. Este personaje recibía toda la información, verbal o escrita y con ello escribía la crónica oficial de todo lo que acontecía. Con lo que escuchó de Orellana y con lo que leyó de Carvajal, Fernández de Oviedo también hizo su relato de la expedición por el Amazonas. Por eso también es una fuente primaria.

En la historia del Perú son muy importantes unas fuentes primarias que se escribieron en los tiempos de la llegada de los españoles o en los primeros tiempos de la dominación colonial española. Se les llama “crónicas”. La crónica en la que se relata el viaje de Orellana fue escrita por un sacerdote dominico, miembro de la expedición, el padre Gaspar de Carvajal. A partir de las notas que iba escribiendo durante el viaje, redactó su escrito cuando regresó a Lima una vez terminado el aventurado viaje por el Napo y el Amazonas, el mismo que se prolongó hasta Cubagua, en las costas de la actual Venezuela. Orellana no regresó a Lima, sino que fue a Santo Domingo de paso a España para hacerse reconocer como el “descubridor”. Era para él muy importante ir primero a Santo Domingo porque debía relatar lo sucedido a Gonzalo Fernández de Oviedo que ocupaba el cargo de “Cronista oficial de Indias”, dado por el rey de España. Este personaje recibía toda la información, verbal o escrita y con ello escribía la crónica oficial de todo lo que acontecía. Con lo que escuchó de Orellana y con lo que leyó de Carvajal, Fernández de Oviedo también hizo su relato de la expedición por el Amazonas. Por eso también es una fuente primaria.

Cuando hace un cuarto de siglo me interesó conocer acerca de los pueblos amazónicos en tiempos de la expedición de Orellana, tuve, pues, que buscar la información principalmente en el escrito del padre Carvajal, al cual se le conoce como “La Relación de Gaspar de Carvajal” y también en lo escrito sobre el tema por Fernández de Oviedo que es parte de su obra más famosa que lleva por título “Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano”.

La Relación de Carvajal ha tenido una “vida” muy accidentada desde que fue redactada y tuvo que transcurrir tres siglos y medio para que por primera vez fuera impresa. Fue José Toribio Medina quien la publicó en España en 1894. En realidad, la Relación es muy breve. Sin embargo, el libro editado por  Medina es muy voluminoso porque pone al comienzo, a manera de introducción, un serio estudio acerca de la expedición, para el que echó mano de prácticamente todo lo escrito a través de tres siglos, discutiendo sobre asuntos espinosos como la traición o no traición de Orellana hacia su jefe Gonzalo Pizarro. El cariño que podríamos sentir hacia José Toribio Medina por su valioso estudio se nos apaga cuando recordamos que  fue él quien, con su amplio saber, durante los tres años que duró la ocupación chilena, dirigió el saqueo de nuestra Biblioteca Nacional y de todos los archivos de nuestra Patria. Cabe recordar que está pendiente que nos devuelvan lo que nos robaron. También cargaron con los mapas e informes de la Comisión Hidrográfica del Amazonas que, liderada por el almirante John Tucker, exploró nuestros ríos entre los años 1867 y 1874. Esos valiosos materiales estaban guardados en los archivos de nuestra Marina en Lima.

Volviendo al tema, la información de Carvajal permite darnos cuenta de que había mucha gente en la Amazonía, que había pueblos que habían alcanzado un alto nivel civilizatorio, con una antigua agricultura y con un buen manejo de los recursos naturales. Concuerda esta información con la que en las últimas décadas nos está proporcionando la investigación arqueológica en la Amazonía.

No hay duda, pues, de que la historia se hace con fuentes primarias. Por eso son importantes los archivos en donde se encuentran los documentos antiguos, la mayoría de ellos escritos a mano. Los archivos con los manuscritos sobre la historia en la Amazonía están en Lima, en España y en otros países. Está pendiente traer a Iquitos los micro film de todos esos documentos para que podamos investigar acá.

Pero hay un problema con las fuentes primarias, sobre todo con las crónicas. Nuestro historiador Franklin Pease lidera las investigaciones en las que queda clarito que los cronistas españoles escribían cosas de América con su cabeza europea. Interpretaban a su manera lo que veían o escuchaban. Además, escribían porque querían ser leídos y se preocupaban por aquello que decían para que sea lo que sus lectores querían leer o lo que convenía que ellos leyeran. Por ejemplo, Carvajal cuidó cada palabra que escribió en su Relación para que Gonzalo Pizarro no lo acusara de haber sido cómplice de Orellana en su traición hacia él. Por lo general las crónicas coloniales fueron fuentes históricas voluntarias, que se distinguen de las fuentes históricas involuntarias en que quienes escriben no tienen el mínimo interés en ser leídos. Las fuentes históricas involuntarias son documentos burocráticos, administrativos. Por eso son tan valorados hoy en la investigación histórica, ya que uno puede tener confianza en que el que escribió no está dando gato por liebre. Escribió porque tenía la obligación de escribir. Destacadas son hoy las “Visitas”, que son volúmenes de papeles que no son relatos, sino respuestas que daban los entrevistados al funcionario (visitador) enviado por el  Virrey para averiguar, por ejemplo, la forma en que la gente tributaba al Inca.

Un notable trabajo de investigación histórica utilizando fuentes involuntarias es el realizado por Linda A. Newson, quien es una geógrafa histórica inglesa que estudió el Napo ecuatoriano a partir de manuscritos burocráticos que encontró en el Archivo General de Indias de Sevilla. Al cabo de cuatro siglos de estar guardados, Linda Newson “ha hecho hablar” a esos papeles. Se trata de documentos administrativos muy tempranos que echan luz a lo que sucedió en el Napo después del paso de la expedición de Orellana en el siglo XVI hasta que se establecieron los misioneros jesuitas en el siglo XVII. Por eso su artículo de 1996 se titula “Entre Orellana y Acuña: Un siglo perdido en el Nor-Oeste Amazónico”. Gracias a Linda Newson hoy sabemos mucho de ese siglo en el que sucedieron muchas cosas y que, por lo tanto, no fue un siglo perdido. Unos años después de la llegada de Orellana los españoles establecieron la Gobernación de Quijos en la zona del Napo, fundaron cuatro ciudades y entregaron “encomiendas” y con ello se inició el sojuzgamiento de la gente amazónica. Algo semejante hicieron luego en el Alto Marañón, con las 21 encomiendas que reseña nuestro Jenaro Herrera. La rebelión de nuestros pueblos no se dejó esperar y fueron incendiadas algunas ciudades. Con eso vino mayor represión. Descubre Linda Newson que después del viaje de Orellana vinieron las epidemias y que se acabó casi toda la gente, lo que la llevó a escribir “Epidemias del viejo mundo en el temprano Ecuador colonial” (1992) y luego “Vida y muerte en el temprano Ecuador colonial” (1995). Por eso, como geógrafa histórica que es, amplió el espacio del estudio de ese tema a todo el territorio ecuatoriano y publicó “Epidemias en el nuevo mundo en Ecuador” (2000), “Patrones de salud y nutrición en el Ecuador pre histórico e histórico” (2002) y “Patrones de despoblamiento indio en el Ecuador colonial temprano” (2003). Posteriormente, con los estudios en otros espacios geográficos ha publicado “El impacto demográfico de la colonización” (2006). Sus trabajos recientes están ligados a los que viene llevando a cabo desde hace décadas David Noble Cook, quien cada vez está más convencido del tremendo impacto de las epidemias. Uno de sus últimos libros se titula “La catástrofe demográfica andina: Perú 1520-1620” (2010). Ya en 1998 había publicado “Nacidos para morir: Enfermedades y conquista del nuevo mundo”.

En 1992, al conmemorarse los 450 años de la llegada de Orellana se publicó en Honduras “El costo de la conquista”  de Linda A. Newson y en Iquitos “Los pueblos amazónicos en tiempos de la llegada de Orellana”.

Los males actuales de los pueblos indígenas amazónicos se iniciaron en un momento determinado de la historia de la Humanidad. De la misma manera, los pueblos indígenas de toda la América corrieron la misma suerte.

12 de febrero de 2015

http://diariolaregion.com/web/2015/02/12/la-llegada-de-orellana/

Agradecemos a José Barletti por compartir sus reflexiones con nuestros lectores.

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