Cómo se hace un rico

Jaime Richart

Libérame, querido lector, de fijar la cantidad de dinero o de riqueza que ha de tener alguien para ser calificado como rico. Porque además de ser esto de esas cosas que, como tantas otras, es relativo habida cuenta que una persona puede tener mucho y parecerle poco, y otra tener poco y pa­recerle mucho, no creo que haya reparo en llamar riqueza a todo lo que, según la época, excede de lo indispensable y llamar in­dispensable a todo lo que aparte de ser necesario para subsistir tiene más o menos asegurado en su vida la inmensa mayoría de esa sociedad con­creta. En tiempos anteriores a la Revolución Industrial se consideraban ricos los dueños de grandes extensiones de tierra productivas. Luego, pasaría a dominar la escena el dinero, aunque, la posesión de tierras fértiles sigue siendo hoy día fuente de riquezas.

Por otra parte todo se complica si pensamos que ser rico, ser millonario, tener un millón de euros, es sinónimo de felicidad, cuando en la mayoría de los casos, desde un punto de vista psicológico, quien tiene mucho dinero suele vivir soliviantado, necesitar permanentemente acrecentarlo, llamar pérdidas al tener menos beneficio, y hacer en todo momento patente su riqueza. Por el contrario, ser feliz y vivir despreocupado es mucho más sencillo para quien dispone de lo suficiente. Como vivo yo, por ejem­plo…

Yo vivo en una casa barata comprada hace 30 años en un pueblo entonces inhóspito y lejos de Madrid, con 100 metros de tierra que convertí enseguida en huerto y jardín sin pretensiones. Política, social y antropológicamente yo no pido ni a la sociedad ni a los gobiernos para todo el mundo otra cosa que no sea la posibilidad de vivir al menos como vivo yo. Tengo 80 años y puedo certificar que no sólo no he deseado nunca la riqueza, es que la he evitado en cuantas oca­siones se me ha ofrecido la posibilidad de por lo menos tantearla… Sólo añadir a este respecto, que a las personas de mi edad nos suele ser indiferente que no sea compartida nuestra idea y nos resulta despreciable toda discrepancia, lo que pretenda enmendar la plana, corregirnos, perseguirnos o agredirnos siquiera sea moralmente. Esta actitud es el principal privilegio del provecto y de la edad. Allá cada cual…

Esta introducción al meollo de lo escrito a continuación no tiene otro propósito que advertir a tantos ambiciosos en exceso, que la ambición que consume a menudo sus vidas suele ser también fuente de desgracia. Y que perseguir la riqueza es el menos apasionante de los modos de vivir. Los proverbios, refranes y sentencias acerca de la riqueza y de los ricos, del lujo y del deseo que no sea razonable son tantos, que confío que al no en­umerarlos yo aquí, se molesten los curiosos en buscarlos hoy fácilmente en la Internet…

Sea como fuere y haciendo abstracción de todos estos detalles relativos al rico y la riqueza, podemos distinguir cuatro clases de ricos: los ricos por herencia, los ricos por suerte, los ricos por trabajo y los ricos por causas que nada tienen que ver ni con el derecho sucesorio, ni con la suerte ni con el es­fuerzo. De estas cuatro clases de ricos sólo hay una especialmente respetable, la clase de los que se han enriquecido poco a poco con los años por medio del ahorro, la paciencia y las privaciones. Ricos, estos, por otra parte, que dejando a un lado su mérito nunca han llegado a ser demasiado ricos. Las otras tres clases son gradualmente detestables. Los primeros son quienes labran su riqueza en el abuso, en el expolio, en la trampa, en la estafa, en el robo o la rapiña y no pocas veces en el crimen. Los segundos, quienes se enriquecen de la noche a la mañana especulando. La menos reprensible de las tres, siendo asimismo repulsiva, es la de los ricos herederos que no dan una utilidad social al dinero o la riqueza recibida. Porque entiendo que aunque la herencia es una institución clave del mercantilismo de siempre, tampoco es merecida salvo en reducida proporción. La mayor parte del patrimonio debe pasar al estado y a la sociedad. La única riqueza que puede justificarse socialmente es la mencionada lograda por el esfuerzo personal y por el ahorro.

Pero aun hay otro factor que influye decisivamente en la conformación del rico cuya ambición no frenan ni el legislador ni sus leyes haciéndose con ello cómplices directos del rico. Pues si la ley hereditaria fuese mucho más severa impositivamente hablando con el causahabiente, y si el rico por esa u otras vías cumpliese escrupulosamente con la ley fiscal (o ésta se hiciese cumplir); ley ésta que se supone ideada para una mejor distribución de la riqueza, el enriquecimiento desmesurado que empobrece a la sociedad tampoco en este caso sería tan sencillo como ha sido y es. En cuanto a la otra manera de hacerse rico, la conseguida por la ingeniería financiera, por el recurso de llevar el dinero a un pa­raíso fiscal o por la globalización del comercio indiscrimi­nado en unos casos pero controlado férreamente para el provecho de unos cuantos en otros, han convertido al sistema capitalista en un mecanismo minador de las conquistas sociales alcanza­das con sangre y fuego a lo largo de la historia humana, y en un aparato triturador de los recursos de la naturaleza y por consiguiente destructivo del planeta.

En todas partes el fenómeno es el mismo, pero en unas sociedades más que en otras. Lo que sí es com ún es la desaparición virtual del rico por ahorro. Las ocasiones del enri­queci­miento fácil, por un lado, la impaciencia que es señora de la psique de la sociedad, la inestabilidad del trabajo y lo incierto del dinero regular hacen imposible, muy difícil y casi patético el intento de hacerse rico por ahorro. En este tiempo sobrenadan el rico explotador y el rico especulador, ambos fabvorecidos por el fisco, por el fraude fiscal, por el amiguismo político o del otro y por las mil modalidades del engaño y de la estafa. La recalificación del suelo en los países donde todavía queda suelo para construir y todas las argucias propias de la ingeniería financiera cierran el círculo de los abusos a escala planetaria que configuran el tipo detestable del rico contemporá­ neo…

No es de muy general conocimiento que no sólo la propiedad privada de los bienes no estrictamente persona­les es rechazada por Marx, Proudhon, Engels, Gramsci, Mao y tantos otros colectivistas o no, socialistas o no, y que todo ellos la señalan como origen y causa de los males de la so­ciedad, pues tanto el legislador como los jueces que mane­jan sus le­yes dan a la propiedad privada tanto o más valor que a la propia vida humana. No sólo ellos la repudian. También los padres de la Iglesia califican lo “mío” y “tuyo” de palabras fu­nestas y la propiedad privada de usurpación y robo; que han condenado la propiedad por­que, según el derecho natural y divino, la tierra es común a todos los hombres y, por consiguiente, produce sus frutos para el uso general de todos; que han enseñado que sólo la codicia, fruto del pecado original, invoca los derechos de posesión y ha creado la propiedad privada; que han sido lo bastante humanos y enemigos del mercantilismo para considerar toda actividad econó­mica en general como un peligro para la salvación del alma, es decir, para la humanidad.

Pero tranquilicémonos. Os aseguro que el rico vive sin sosiego. Y el rico en exceso es un ser humano desgraciado que ignora el significado de este epigrama del poeta de la antigua Roma, Marco Valerio Marcial:

La buena vida es, para mí,

Dejar volar lo que se fue

Saber sembrar la mejor vid,

Dar amistad sin ofender,

Sin más gobierno que el del alma,

Con la mente limpia y siempre en calma,

Sabiduría y simplicidad,

Saber dormir sin ansiedad,

La mente en calma

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