La neutralidad imposible

Daniel Parodi Revoredo

Nunca creí en los maniqueísmos, mas bien sí en los matices y en el sano intercambio de ideas en busca del consenso. Pero esta nota contiene, cómo negarlo, un toque maniqueo, pues me propongo demostrar que la guerra política por la que hoy atraviesa el Perú no la están librando dos bandos, cada uno con sus razones y sinrazones, sino uno cuya finalidad es moralizar el sistema de justicia peruano para sentar las bases del desarrollo nacional y otro que, al contrario, busca mantener las cosas en un status quo sin el cual sus eventuales vínculos con negocios ilícitos podrían ser expuestos públicamente, y, lo que es peor, sancionados.

Me queda claro que hay de todo en todas partes, y ya que tanto se ha hablado de “caviares” por estos días, tengo clarísimo que existe en efecto una mega-argolla alrededor de esa denominación que se ha desenvuelto con comodidad en gobiernos tales como el de Alejandro Toledo, Ollanta Humala y la gestión municipal de Villarán. Y por supuesto que tengo claro que los tres mencionados están envueltos en escándalos de corrupción, lo que no convierte en corruptos a todos los empleados públicos durante sus gobiernos, cómo a mí no me convierte en tal la militancia aprista que hace un año dejé atrás.

He señalado en notas anteriores que, desde hace casi 500 años, en el Perú la sociedad se ha vinculado con el Estado a través de la corrupción, por lo que difícilmente encontraremos un gobierno en la historia republicana cuyos índices de corrupción sean tan bajos como los de algunos países nórdicos. Dicho esto, es casi irrefutable que incluso en el actual gobierno existan funcionarios corrompidos, pero ese no es el punto. No se trata de decir, todos son corruptos, entonces todos son iguales y entonces sigamos siendo todos corruptos.

Si de “caviares” se trata, no tengo por tal al Presidente Vizcarra, ni a la vicepresidente Araoz, pero aún si lo fuesen: yo no puedo más que adherirme a la vocación moralizadora de un Presidente que abierta y explícitamente denuncia a las obscenas bandas que han copado nuestro sistema de justicia y llama a referéndum para extirparlas de raíz y dar lugar, por primera vez en doscientos años, a un sistema de justicio limpio.

Permítaseme algo de sociología. Si modificas radicalmente una parte de un sistema integrado, necesariamente este cambio afectará el resto. De esta manera, un cambio así de estructural, acompañado de otros que apunten en la misma dirección -estoy pensando en la educación-, será el inicio de una trasformación positiva en las costumbres de nuestra sociedad, la que lleva dos siglos esperando una ocasión para reformarse.

Señalé al principio que en esta guerra hay un bando bueno y otro malo, he allí mi maniqueísmo, que asumo porque encuentro que esta es una de las raras ocasiones en las que es real. En realidad, me queda muy claro todo, como la manera en que las fuerzas y actores políticos se alinean en un sentido o en el otro. Es evidente que el oficialismo quiere limpiar el sistema de justicia, y es evidente que el fujialanismo se opone radicalmente y no hace más que ponerle piedras en el camino, ya sea sacando a la luz a Cavassa, planteando Daniel Salaverry una reforma bamba, con toma de la ONPE de yapa, o hasta mandando evangélicos a tomar el estadio del Alianza Lima, el mismo día que Keiko Fujimori debía presentarse a declarar en el Congreso.

Es una guerra, pues, que obliga a tomar partido; es una guerra en la que los neutrales, con su neutralidad, no hacen más que sumarse al bando de quienes quieren que la patria siga siendo la panacea de la mafia y de la corrupción más infames y horripilantes. La calle aún apoya la reforma, el ciudadano de a pie quiere lo que nunca tuvo: un juez honrado que le imparta justicia y que no se deje romper la mano por diez verdecitos. El problema es que la mafia se las sabe todas, la mafia puede actuar fuera de la ley o buscarle el recoveco para mantenerse, mientras que el Ejecutivo, precisamente porque quiere limpiar la justicia, solo puede actuar dentro de los márgenes de la ley y la Constitución.

Entonces se trata de una guerra de desgaste; y la resistencia es precisamente mi llamado: la euforia por las reformas propuestas por el Presidente Vizcarra el 28 de julio no debe desmayar, no debe atenuarse con el paso de las semanas, ni con las piedras que una y otra vez le lanzará el contrincante para distraer nuestra atención. Esta, repito, es una guerra de desgaste, las reformas moralizadoras solo saldrán adelante si unimos fuerzas alrededor del gobierno y es aquí en donde la calle cumplirá un rol fundamental para vencer en esta confrontación política en la que los que optan por la neutralidad imposible, en realidad le hacen un giño a la corrupción, o, para ser más preciso, la apoyan con absoluto y vulgar desenfado.

Twitter @parodirevoredo

https://daupare.lamula.pe/2018/09/13/la-neutralidad-imposible/daupare/

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